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Para reafirmar lo anteriormente expresado, las presentes líneas no dejan de ser un humilde testimonio personal con el deseo de que algo de lo que fue parte de la vida quede escrito y sirva como referencia circunstancial. A pesar de ello estimo la opinión del desaparecido Dr. Eleazar Silveira, ilustre medico quien expresara que ésta era una forma de hacer catarsis. Buscando esta palabra en el diccionario, encuentro: “CATARSIS. (Del griego kátharsis, purificación) f. En estética liberación o cura de los males del espíritu gracias a las emociones provocadas por uno u otro arte”. Pienso que su opinión fue acertada. De la misma manera que la confesión bien entendida, libera al ofensor de la pesada carga que soporta su conciencia. Pero por sobre toda explicación, he disfrutado enormemente haciéndolo.

viernes, 10 de junio de 2016

TODO ESTABA MUY TRANQUILO (cuento)


Juan Yáñez
Publicado en el Diario La Antena de San Juan de los Morros, Venezuela el 23 de mayo de 2010

                                                          Para mis hijos, Isaac Eleazar y Yenny.


Porfirio Rengifo debió morir antes del amanecer. En la mañana lo encontró la maestra Petra, como a eso de las ocho, cuando le llevó el café cerrero como todos los días lo hacía.
El hombre ya estaba tieso y frío. En su rostro, la boca apenas entreabierta parecía esbozar una sonrisa.


 En la larga enfermedad que lo tumbó a una cama en la que no habría de levantarse jamás, pasó momentos terribles, que no siempre soportó con resignación y paciencia. Fue un hombre duro, lleno de vitalidad y energía. Un llanero de pura cepa, de los de antes.., capaz de realizar por si mismo las faenas más duras y arriesgadas de su hacienda.

Su piel morena se tornó amarillenta y su otrora musculoso cuerpo se fue convirtiendo poco a poco en un saco de huesos descarnados.


Petra no necesitó llegar hasta su cama para darse cuenta que ya Porfirio había dejado este mundo. Apenas pasó la puerta, en la suave penumbra del cuarto se reconocía ciertamente que la figura tendida, apenas insinuada, estaba demasiado quieta para estar viva.

La noche anterior Porfirio había sufrido un frío desacostumbrado e intenso que le hicieron castañetear los dientes. Las mantas que le habían echado encima en nada lograron aliviarlo. Se cerraron puertas y ventanas inútilmente. El calor llegó a ser tan intenso en el cuarto, que Petra y su hijo Miguelito sudaban a chorros, mientras que Porfirio temblaba acurrucado en el lecho.

Luego, después que le trajeran un caldo caliente pareció aliviarse y ya cerca de la medianoche el mismo se quitó las mantas y quedó cubierto solo con la sábana.

Esa noche Porfirio soñó como nunca antes lo había hecho. 
Soñó que vagaba por la sabana descalzo y bajo un fuerte aguacero. No encontraba cobijo alguno y estaba calado hasta los huesos.


-¡Qué noche tan mala! -exclamó furioso-. Los relámpagos centelleaban por doquier cegando la vista y los truenos ofendían sus oídos. Al instante, se percató de la inutilidad de esa marcha desquiciada.
Se detuvo, miró su cuerpo del pecho hasta los pies y se dio cuenta de que estaba completamente desnudo.

-¡Qué carajo estará pasando! -gritó con rabia e insolencia-. Se pasó las manos por el cuerpo para cerciorarse de su falta de vestido y al agacharse para alcanzar las pantorrillas sintió que las fuerzas le abandonaban y que caía y caía irremediablemente por un abismo profundo.

Cuando despertó, notó que no estaba ya en la cama. Descansaba placidamente en su propio chinchorro, que guindaba como siempre al fondo del corredor, donde acostumbraba a sestear en sus mejores tiempos.       
Se oían algunos murmullos dispersos y olía a flores. Para investigar de donde provenían esas voces, se sentó en su hamaca y encogiendo las piernas invirtió la posición del cuerpo.


Desde allí alcanzaba a ver la sala que con sus puertas abiertas dejaba ver un catafalco con una urna encima. A su alrededor se distinguían algunas personas. Había unas viejas sentadas en las sillas del comedor, mudadas a la sala y colocadas ordenadas contra la pared, que chismeaban en voz baja.


Hasta le pareció ver a su prima Remigia y su marido Pantaleón, que vivían en San Fernando. Al fondo, al lado de un gran crucifijo, con los brazos cruzados reconoció a su cuñado Hermenegildo, con su gruesa y corta figura era inconfundible. Próxima, vio a su hermana Leonor que vestida de luto, se apoyaba de brazos en el ataúd y lloraba como una niña. 

Ya no le quedó duda alguna de que era un velorio… -¿Pero a quién carrizo estarán velando? -se preguntó curioso-. Por respuesta oyó un corto llanto, luego un murmullo apagado y silencio después.

 Todo estaba muy tranquilo y hacía tiempo que no se sentía tan a gusto.


 -Si hay un muerto, que lo entierren, -dijo convencido y despreocupado-, estiró las piernas, se acomodó en el chinchorro y sin la menor prisa se dispuso a dormir…

jueves, 9 de junio de 2016

WILLIE



                                                                            
                      En aquellos años, ─ la década de los 70─  la República  Federal  Alemana  liderizaba, entre otras potencias  la  producción mundial  de bienes y servicios. La demanda de mano de obra superaba la oferta nacional y por ello se les  hizo  necesario emplear a trabajadores extranjeros. En Hamburgo tuve oportunidad de trabajar en diferentes actividades.  Una de ellas fue en una industria procesadora de café, la Tchibo Werke GMBH. De allí surge esta historia donde el protagonista es Willie, un  compañero de trabajo en aquella industria. El era ciudadano alemán y  ambos  laborábamos como  obreros en la sección que producía los envases plásticos, en  horario nocturno. Al finalizar la labor, a las siete de la mañana, todos los días,  Willie se iba a beber con sus compinches, hasta que se alcoholizaba y  luego se marchaba a su casa. Ya cuarentón, vivía solo en la casa que había sido de su madre, recientemente fallecida. El día de su cumpleaños, al salir del trabajo,  festejó en el bar con sus compañeros y como siempre salió  pasado de copas.  Yendo  a su casa,  se sintió inmensamente triste y más solo que nunca,  con una  soledad  que le era imposible  mitigar …   En aquel momento recordó a su madre,  con su protección y su consuelo  y se encaminó al  cementerio. Estaba nublado  y hacía frío.  Ya frente a la tumba, su mente  turbada por el alcohol,  sintió la   amada  presencia  y con irrefrenable impulso se arrojó sobre el sepulcro, buscando el  cobijo materno. Allí quedó profundamente  dormido largo rato;  abrazado al mármol,  quizás soñando con  caricias y  dulces palabras hasta que la voz del guardián le despertó diciéndole: − ¡Señor,  señor, despierte,      se tiene que retirar, ya es hora de cerrar!…….

       Entonces, el pobre Willie despertó temeroso levantando la cabeza. Estaba  todavía confuso y  aturdido por la borrachera….; y  tomando  al instante noción del lugar en que se encontraba,   se avergonzó  por su grotesca conducta…. Se incorporó  penosamente. Acomodó su  ropa  sin decir una palabra, ante la atenta mirada del guardián  y   con  paso  sufrido,  vacilante…, conciente ya de  su irremediable tristeza y  soledad ,  marchó  por una  larga  y desierta  acera,  bordeada de cruces,   buscando presuroso…  el  ansiado  portal del cementerio,  vigilado por un portero  que aguardaba impaciente su salida… 

WALDO DE LOS RIOS




                                     Mis hermanos y yo éramos socios del club de Gimnasia y Esgrima  de  Buenos Aires. A principios de los cincuenta, durante el verano mi abuela nos llevaba diariamente; temprano por la mañana a la piscina de la sede San Martín, en Palermo.
 Muchas veces al llegar encontrábamos a un muchacho, un poco mayor que yo, afectado en las piernas -incuestionablemente la secuela de la parálisis infantil. Practicaba natación, seguramente como terapia y siempre estaba acompañado por su madre, la  reconocida folklorista Martha de los Ríos. El era Waldo, que llegaría  con los años a ser un notable músico y director de orquesta.
  Pasan los años,  en 1977,  una noticia  nos conmueve:  Waldo de los Ríos se ha suicidado……Fue realmente triste que este excelente artista, que aún no había cumplido sus cuarenta y tres años de vida,   tomara esa  irremediable determinación.

 Hoy vino a mi mente este recuerdo, oyendo  un viejo  cassete de su música con mi hija Yenny. Ella se interesa  y  me pide que le grabe en un CD esas  melodías,  tiene 16 años y quiere agregar a su colección de discos de rock, la música clásica con las adaptaciones rítmicas que tan agradablemente creó nuestro talentoso y siempre recordado,…..Waldo de los Ríos. 

TITA MERELLO



                                                   Esta famosa y ya desaparecida artista,  que vivió casi hasta los cien años, ocupa un lugar encomiable en mis recuerdos. Conocí y traté a Tita,   cuando fungía de chofer de remise, (auto de alquiler), en la agencia Turismo Talcahuano de Buenos Aires  en 1970. Ella era una asidua pasajera que continuamente requería los servicios de la agencia.
 Siempre exigente y delicada, no toleraba muchas cosas que solían pasar inadvertidas para al generalidad de las personas. Al tratarla descubrí que para mantener una buena relación,  jamás había que contrariarla y menos aún permanecer indiferente y callado. Era menester saberla llevar con tacto y buen trato. Su neurosis era por sobre todo causada por la soledad y el hastío  Requería siempre que se la tratara con paciencia y cariño. Cuando ella percibía esas sensaciones cambiaba completamente y se transformaba en una mujer encantadora y amable. Era menester tratarla con naturalidad para que ella se sintiera a sus anchas.  Buena conversadora, de hablar menos y oír más, aceptaba y respetaba las opiniones aunque disintiera .de ellas. Su tono de voz era agradable, muy femenino, su léxico y su porte era el de una señora distinguida, salvo en aquellos momentos en que el arrabal, -algunas veces- por justificadas razones se le salía de cauce y no lograra dominarlo. En las ocasiones en que la traté, jamás mostró ese perfil.  Ella se debatía consigo misma  entre ser una dama que representaba a una mujer orillera o por el contrario una arrabalera con pretensiones de señora. En una oportunidad le confesó a un periodista que la entrevistaba, que ella en realidad no sabía si era una mina disfrazada de canyengue o por el contrario una grela  rea que se la daba de bacana.  En el escenario de la vida, ella se  representaba a si misma con una espontánea  naturalidad, franca sin tapujos y sin la menor afectación  Eso sí, en su trato era directa, sin eufemismos, muchas veces explosiva y rigurosa, excesos  de los que se arrepentía la mayoría de las veces con cierta inmediatez. Era en realidad una dama distinguida que rondaba los 66 años en aquellos tiempos. Se había hecho a si misma, desde abajo, soportando hasta lo insoportable con entereza, aguante, perseverancia y fe. Esta última era su tesoro más valioso. Jamás el destino la dejó en la estacada, porque su fe era inquebrantable. Esas eran sus principales virtudes y su personalidad se mostraba natural sin ocultar ningún sentimiento. En todos los viajes que coincidimos recuerdo con mucha claridad dos de ellos y ambos tienen que ver con un tema que la apasionaba, la muerte… Uno de ellos  fue  al cementerio de La Chacarita  donde conversamos sobre los vivos y los muertos y el otro  a un velorio.
Ella,  para esa época tenía un programa de televisión muy popular y que se transmitía diariamente. Era un programa sobre comentarios de actualidad, de entrevistas, de todo un poco, muy informal e improvisado aunque bien hecho. Entre los personajes que allí actuaban, había un perro. Era el perro de Tita. Se llamaba Corbata; era pequeño, inteligente y vivaracho. El intervenía ante las cámaras, sentado sobre el escritorio, con su dueña, que le hablaba y él respondía a sus preguntas,  atento y con los gestos propios de los de su especie. Era un personaje insustituible. En aquel viaje, Corbata acompañaba a Tita, venía con su correa.
 Cuando llegamos al velorio ya había oscurecido. Estábamos en la calle Independencia con la Av. Entre Ríos. Tita antes de bajar me dice que le cuide a Corbata, que le haga favor de bajarlo para  que haga  sus necesidades etc etc.
  Luego de un  rato, bajo del auto con Corbata, tomamos por la avenida Entre Ríos, paseando ante las vidrieras iluminadas de las tiendas. Cual sería mi sorpresa cuando veo a los transeúntes pararse observando al perro y exclamar CORBATA!!!, preguntándome inmediatamente si realmente lo era….. Lo asombroso para mi fue que fuera este animal reconocido en la vía pública  por varias personas que seguramente lo veían por primera vez personalmente, sin tener en su aspecto mucho que lo diferenciara  de sus congéneres.

 Regresamos al auto y esperamos que volviera Tita del velorio Luego de un  rato aparece ella. Compungida  acaricia a su perro que le lame la mano…, enciendo el motor, arranco, le comento lo sucedido y enjugándose las lágrimas con un pañuelo, me  responde lacónica, sosteniendo a Corbata sobre su regazo y con pocas ganas de hablar:  -Así es Juan, Corbata es muy popular..!

SALVADOR SERFATY




                                                 Era chaqueño, de La Leonesa,  un pueblo cercano  a Las Palmas. Este último  conocido por  su ingenio azucarero, donde  se encendió por primera vez un bombillo eléctrico en la Argentina.
 Por su apellido,  mostraba a todas luces su origen judío sefardí. Sus padres, con la esperanza de un futuro mejor emigraron de la Europa Oriental  y se establecieron en el nordeste argentino. Allí  nació y creció en el ambiente pobre y sacrificado de los inmigrantes. Al igual que  sus padres, se dedicó al comercio. Con su familia atendía una modesta bodega, (expendio de víveres) en La Leonesa, que en aquella época solo tenía calles de tierra.
 Vivía Salvador con su esposa y  sus dos hijos pequeños en una humilde vivienda detrás de la tienda. Allí llegamos, ―en respuesta a su  invitación―  juntamente con  un amigo.  Al no disponer de  un cuarto para alojarnos,  nos ofreció con toda  franqueza y generosidad, la única habitación de la casa, que ocupaba con su esposa e hijos, para que nos instalásemos en ella  sólo nosotros y ellos arreglarse en cualquier otro lugar.  A pesar de su insistencia,  obviamente no podíamos aceptarlo. Solo quedaba otra opción y era la tienda. Fue allí donde varias noches dormimos  sobre los austeros mostradores entre latas,  botellas y las demás provisiones que hacen a una bodega.
Era Salvador un alma noble y desinteresada. Se daba por entero con una simplicidad incondicional y bondadosa. Era humilde, austero  y comedido, dispuesto siempre a servir.  Nos carteábamos regularmente y algunas veces nos visitó en Buenos Aires. Después de un tiempo de incomunicación por mis viajes,  supe de su muerte,  por una carta de  su esposa; abnegada mujer de temple y sacrificio.

 Ya dando fin a estas líneas diremos que fue Salvador un personaje invalorable  de gratísima recordación. Un  amigo irremplazable, noble y sincero,  pleno de solidaridad   que hoy  evocamos con  afecto y emoción… 

RIO



                      Llegamos a Río de Janeiro, una mañana temprano, a bordo del Cristoforo Colombo, en viaje hacia Europa. Compartía la travesía con un amigo. Habíamos salido de Buenos Aires, hacía unos tres días. Allá en Río nos esperaba mi hermano Ricardo, en  la circunstancia de su estadía en esa ciudad y  en el muelle nos aguardaba. La permanencia de la nave en Río sería breve, partiríamos a las seis de la tarde. Ricardo estaba hospedado en casa de su amiga,  Elizeth Cardoso, una de las mejores vocalistas del Brasil.
            Ricardo era un excelente anfitrión, nos llevó con el carro de Eliseth a recorrer la ciudad. Visitamos la bella bahía con sus extensas playas, vimos desde abajo a  las  “favelas”y nos llevó hasta arriba en el “Pan de Azucar”, donde está el Corcovado.  Desde allí se contemplaba todo Río. Era la primera vez que visitaba Brasil, y ascendiendo en el cerro,  me sorprendió el verde de la  exuberante vegetación. Era distinto al conocido, mucho más puro y luminoso. Caminamos por las calles de Río, con el colorido propio de una ciudad tropical. Hay morros en casi toda la ciudad, tienen  un armonioso color ocre. He visto edificios de apartamentos con su  edificación  apoyada a ellos.  Entramos a una frutería y el exótico  olor de las frutas de la región  encantaba el ambiente. Ricardo hablaba un portugués fluido y con la entonación propia  de los “cariocas”, a tal grado que lo creían brasilero. Allí compramos unos exquisitos y aromáticos  mangos, −muy raros en Argentina−.
       Visitamos la casa de Elizeth, −ella estaba ausente−. Nos recibió su secretaria y persona de confianza: Lourdes, con ella y las demás personas de la casa  compartimos    un exquisito almuerzo típico brasilero y  coincidimos en una agradable sobremesa.
       Entrada la tarde, partimos hacia el puerto. Ricardo subió a bordo y gustamos de  unas bebidas en el bar. Después vino  la despedida,…. besos y abrazos hasta una nueva oportunidad para vernos y compartir. Fue un estupendo  día.

       Ya en plena navegación, el perfume del Brasil, no se apartaba de nuestro camarote, y siguió por un par de días más…..,  eran los mangos  que Ricardo nos había obsequiado, que con su fragancia intensa y particular nos invitaban a deleitarnos  con su agradable y   dulcísimo  sabor…

RAFAEL CAICEDO



                                                    Rafael murió  los primeros días del 99, si no recuerdo mal. Había estado internado por problemas cardíacos en el hospital Ranuárez Balza,  aquí en San Juan de los Morros y cuando ya parecía recuperado sobrevino un infarto del cual no se recuperó.
 No me enteré de estos hechos; ni de su enfermedad, ni de su muerte; sino al regreso de unas vacaciones en Cumaná,  que con mi familia realizamos. Al saberlo,   me dolió su partida inesperada, así como también,  que no hubiera habido un contacto durante su breve enfermedad. Se fue sin despedirse  Fue mi conclusión, que por  supuesto  era ilógica. En mi mente quedaba algo que no cuadraba e intuía que de alguna forma él habría de comunicarse conmigo, y así fue.
 Creo en los mensajes oníricos, en los cuales  la mente y solamente ella es la  creadora de situaciones que provienen de nuestra psiquis. Pero esto fue diferente.  A los pocos meses de su partida al mas allá, cuando ya habíamos aceptado su no presencia, una noche cualquiera sueño con él.
  Aparece en la escena muy contrariado y desconforme. Al preguntarle como está  me responde: Que mal,  que no se encuentra satisfecho… Nada más.
 Pasan los meses y una noche vuelvo a soñar con él nuevamente.  Está vez está sereno y feliz.  Me manifiesta  con seguridad,  que se siente  realmente bien  y conforme. También expresa  que quiere presentarme  a su papá;  (según sus propias palabras) Imagino que es el que fue su verdadero padre; pero no. Es un hombrecito de aspecto hindú,  vestido con un taparrabo y un manto anaranjado sobre sus hombros, que  sonríe sin pronunciar palabra alguna.  Rafaél  me manifiesta que su padre va ahora a meditar. (Después deduje que el aspecto del hombrecito   correspondía con la descripción que Rafael, --estando vivo-- me hizo sobre  el  que fue su maestro espiritual.)
Nos encaminamos los tres a una gran explanada que está sobre una playa y frente al mar. El hombrecito se adelanta, cubre el suelo con su manto,  se sienta sobre el mismo, adoptando la posición yoga  y se dispone a la meditación.  Está amaneciendo,  todo es  paz y serenidad.  Suaves olas llegan mansamente a la orilla una tras otra,    reflejando los  infinitos colores de un  extenso, brillante  y espectacular cielo…..Eso fue todo.

 Desperté y fui fijando en la memoria todo el acontecer del sueño. Fue, ―a mi entender― una revelación,  un  encuentro en otra dimensión  con Rafael,  y   para concluir debo decir que sabía que  iba a ser definitivo, que ya no volvería a soñar con él.  Precisamente porque  lo acontecido en el sueño, representaba para Rafaél  un cambio de escenario. Allí se hallaba implícito  el “hasta luego”  necesario entre dos amigos…

QUICO





                      Era  ayudante de pastelero en las “Bellas Artes”. Había llegado de su Paraguay natal, atraído por la esperanza de un mejor destino  que prometía Buenos Aires, como a tantos otros inmigrantes. Era de pequeña estatura, con un sonrojo constante en su rostro, quizás, el reflejo de una timidez inocultable. Quico se sentía porteño a todas luces  y el tango lo cautivaba tanto, que  no le bastaba con oírlo….., soñaba  con ser músico……, y  siendo admirador de Anibal Troilo (Pichuco),   había elegido…. el bandoneón……. Compró un instrumento de ocasión  y tomó clases con un profesor. Tocaba de oído “Quejas de bandoneón”, e interpretaba ese tango a cuanta reunión asistía. Los que lo oíamos, le pedíamos otras piezas……..Imposible…, era lo único de su repertorio…., y lo confesaba avergonzado. Luego supimos que   aunque lo intentó con esfuerzo,  no logró memorizar ninguna otra pieza. Hoy,  a la distancia, en la comprensión que nos da el tiempo,  pienso, que a Quico, en el fondo,  solo le bastaba con ejecutar ese inolvidable tango…..,−que sin duda era su preferido−…. y  que su admirado Pichuco, sabía interpretar con inigualable talento y   maestría…

PROFESOR FERMÍN ESTRELLA GUTIERREZ



                                                
                                                           Fue mi profesor de castellano  en la Escuela Normal  de Profesores Mariano Acosta,  en primer año.
 En esa misma institución, él se había graduado de profesor, con mérito suficiente para que se le otorgara la Medalla de Oro, reconocimiento que en su época, se les otorgaba al  primero de su promoción.
 Agrego como dato anecdótico, que Julio Cortazar, el escritor,  se graduó también en la misma escuela,  aunque mas tarde y  es probable que hayan coincidido en el mismo tiempo y espacio. Estrella Gutiérrez, como profesor y Cortazar como alumno.
     Nos desarrolló,  el  profesor, el interés por la literatura, en particular por la hispana; la que  amaba  apasionadamente.
 Aún recuerdo su figura, un rostro lleno de bondad,  unos lentes sin montura, el traje gris, el hablar pausado y su discurso. Llegaba al salón,  nos saludaba y de inmediato se hacía un silencio en que solo cabía el respeto y la consideración.  Arrimaba una silla, que colocaba muy próxima a los primeros pupitres, se sentaba y luego de repasar los lentes con el pañuelo,   comenzaba a leernos y comentar lo leído.
  Viene a mi mente cuando nos leyó El Cantar del Mío Cid. Nos transmitía el  entusiasmo que despertaba en él ese bastión épico hispano.
En sus clases no se oía el “zumbar de una mosca”, todos los alumnos, hasta aquellos  que se sentaban atrás,  a los que nada les  interesaba, y estaban siempre pendientes de la guasa y el desorden,  lo escuchaban absortos.
 Si nos enseñó gramática, ya la olvidamos, la  que no podemos olvidar fue su  interesante  personalidad.   Tenía la sencillez de los grandes y una presencia  calificada y auténtica. Nunca necesitó de la disciplina.
 Cuando viví en Alemania, ávido de leer en castellano, visité una librería, que tenía libros en español. Con sorpresa y agrado,  allí hallé y compré un libro de cuentos del profesor.

 Poniendo fin a  esta evocación,  en El Pequeño Larousse Ilustrado,  leemos: Estrella Gutiérrez, (Fermín), escritor argentino de origen español (Almería 1900-Buenos Aires 1990), autor de poesías (Antología  Poética 1963), cuentos y ensayos (Historia de la literatura española, 1945; Recuerdos de la vida literaria, 1966)

PIAZZOLA




                                                   La primera y única vez que me encontré personalmente con Astor Piazzola, fuera de un escenario,  fue en el aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, en diciembre de 1971. Ambos viajábamos a Europa .Yo lo hacía por primera vez. Fue un encuentro fugaz e imprevisto. Estábamos en la cola ante la puerta de embarque, esperando que se abriera,  y frente a nosotros, pasa él,  apurado, ―notoriamnete atrasado― rumbo al despacho  de su vuelo. Se desplaza  esquivando a otros pasajeros. Carga en su  mano derecha el  bandoneón y en  su brazo izquierdo una prenda de abrigo.   Azorado,  ―viendo que lo observamos― nos sonríe al pasar , con una sonrisa   tímida,  casi infantil, --a modo de disculpa--  que ilumina  un  rostro amable…. , lleno de simpatía  y de franqueza .     

PERÓN



                                                       Cursaba mis primeros años en el colegio secundario y concurría a una institución deportiva muy politizada, por el régimen peronista que se denominaba UES,  a  cumplir con la materia Educación  Física.
           Una tarde  estando haciendo mi práctica,  vi  llegar una caravana de vehículos oficiales que encabezaba un auto deportivo, era un Porsche de color gris metálico, que   aminoró su velocidad y de inmediato se detuvo.
            Estaba yo muy próximo a él y solo. De repente bajó su conductor….que era nada menos que:…. Perón …¡Vaya sorpresa! ..(pensé)…… Fue entonces,  que dirigiéndose a mi en forma expedita,  dijo : −¡Che pibe,  ayudame a  empujar el auto!                         Sin dudarlo, rápidamente me acerque a hacerlo y  en el  momento de apoyar mis manos en la carrocería, una multitud de muchachos que se aproximó a la carrera hizo lo mismo. Empujamos y de inmediato arrancó, por lo que deduje que se había quedado sin batería.
            Después al regresar a mi casa, entré sin saludar siquiera….., envanecido y  casi

gritando dije:  -¡¡¡Ví a Perón y hasta me habló!!!..... Tenía catorce años…  

PASCUAL



                                   Se llamaba Francisco Pascual, era un hombre sencillo  y respetuoso,  y en la “Bellas Artes”, hacía diversos oficios, fue entre otras cosas,  el portero del “Salón de Fiestas”, que con un elegante uniforme controlaba la puerta de aquel grato y recordado lugar, ya distante en el tiempo.  De aquella época, de mi adolescencia,  es este recuerdo.
            Pascual, se ocupaba también del mantenimiento del Salón, después de las fiestas,  y un  principio de semana,  luego de una boda que se festejó el sábado anterior,  estaba  haciendo por la mañana su trabajo de aseo,  cuando recibimos  en el negocio,  una inesperada  llamada  telefónica de él mismo, preguntando por don José,  mi padre.
            El diálogo que se desarrolló en esa comunicación, al tomar mi padre el auricular y contestar fue  mas o menos, el siguiente: −
―¿Diga,  Pascual que se le ofrece. Y responde Pascual con voz  atormentada,  exclamando: ―¡Don José…., lo llamo,  porque   me envenené…!  
            La  respuesta fue ciertamente tragicómica, a  pesar de la terrible  confesión. Entonces, mi padre, colgando el auricular, alarmado, les dijo a otros empleados allí presentes: −¡Vamos para el salón…,  Pascual se envenenó…
     No demoraron en llegar, pues quedaba exactamente enfrente y encontraron a Pascual, consternado y abatido. Había sobre una mesa,  un vaso hasta la mitad con agua y en el fondo un asiento blancuzco. A su lado un pote de cartón, de  hormiguicida.
  Indicio  de  que Pascual  había intentado   quitarse la vida,   con veneno para hormigas.       
            Rápidamente se lo trasladó al hospital Fernández y allí luego de medicarlo y tenerlo en observación por un por un corto tiempo,  y sin encontrarle mayor complicación  lo dieron de alta.
 Y es que Pascual, apenas había tomado ese veneno, que además era ligeramente tóxico. Por sobre todo quiso en esa infantil  acción, llamar la atención, ser tomado en cuenta, en su  despecho por una mujer que no lo correspondía,− según recuerdo.
            Volvió Pascual por la tarde al negocio,   avergonzado,  sonriendo tímidamente  y aceptando complacido las palmadas solidarias de sus compañeros; mi padre lo regañó cariñosamente, sermón que aceptó como atinado y justo.

            Ahora,  a tantos años de aquellos hechos, tengo un recuerdo imborrable de este personaje, Francisco Pascual, que  era como un niño….., muchas veces  caprichoso y  terco, pero  siempre respetuoso y cordial …                                

MUSSOLINI

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                                                 Un buen amigo de mis años juveniles fue Jorge Giardulli, que luego de graduarse de abogado, se inició  en la carrera  judicial y llegó a ser  Juez de  la Cámara de Apelaciones en lo Civil de la Ciudad de Buenos Aires.
  Nos conocimos en el colegio Mariano Moreno donde cursamos el cuarto año del bachillerato.
 Una tarde a la salida de un cine del centro, en Buenos Aires  Jorge reconoce a alguien y me dice calladamente. –Ese que ves allí, el que está con esa muchacha es el nieto de Mussolini.
 Se conocían,  lo saludó brevemente. Era un joven un poco mayor que nosotros, muy parecido a su abuelo,  tenía el cabello oscuro y  en partes canoso. Creo que se  llamaba, Benito y era hijo del primogénito del ¨Duce¨,  Vittorio, que radicado en la Argentina  después de la guerra era industrial textil
. .Este recuerdo vino a mi mente ahora, que estoy releyendo el Diario de Goebbels, el jerarca nazi. En un pasaje del mismo nombra  a Mussolini y su hijo Vittorio cuando se entrevistan con Hitler,  después de ser liberado el dictador italiano por los paracaidistas alemanes.

  Corría (para nosotros) 1957…

MISS SARAH



                                       Había llegado a Buenos Aires, desde su Inglaterra natal. Su padre fue oficial de caballería, del ejército de su Majestad y según recuerdo,  formó  parte de la agregaduría militar de la embajada del Reino Unido en la Argentina.
          Mis hermanos y yo, éramos niños cuando nos enseñaba inglés. Fue a principio de los cincuenta. Ella,  para esos años ya habría pasado las sesenta primaveras.
          Era de contextura delicada, menuda, ya canosa y hablaba poco castellano con un fuerte acento británico. Siempre la vimos  vestida de negro y usaba medias de muselina, que para esa época solo las usaban las ancianas.
          Era  humilde y  austera.., más aún…, era pobre…. Se mantenía con las  clases de inglés, que daba a domicilio por no tener,− en donde vivía− suficiente espacio o decoro,  quizás.
Venía a casa, por las tardes,  unas dos  o tres veces por semana. Llegaba  siempre con su amable sonrisa. Nos saludaba en inglés y en inglés habíamos de responderle.  Nuestra madre, la apreciaba y siempre la obsequiaba con te y dulces.
          Todavía está en mi mente,  aquella tarde en que le tocaba venir y  llovía a cántaros desde hacía horas.   Nosotros…, niños al fin…., felices porque creíamos  que faltaría. … y así nos libraríamos de la clase. No fue así…, y ante nuestra sorpresa y frustración la vimos aparecer empapada, mojada de la cabeza a los pies y bajo de un pequeño e inútil paraguas, demostrándonos que su responsabilidad estaba por encima del clima.   
Nos dio clases algún tiempo y al llegar diciembre y terminar el año escolar, tomamos vacaciones. Al reiniciarse el nuevo período, en marzo, vino ella a nuestra casa para continuar con las clases. Mis hermanos y yo, ―inconsecuentes y remolones, como éramos―  a pesar de la insistencia de nuestros padres,   no deseábamos   continuarlas.
 Fue nuestra madre, quien  la atendió  y explicó, apenada, nuestra determinación. Miss Sarah, la escuchó con una triste  sonrisa. Seguramente su cariño hacia nosotros se topó con nuestra ingratitud, la que se uniría a la necesidad de los recursos resultantes de las clases.

          Hoy la recuerdo con cariño, y al evocarla pienso que hay en ello un reconocimiento, una valoración a su constancia y un agradecimiento póstumo  a su amorosa  disposición  y responsabilidad al enseñarnos. Quede aquí entonces,  en esta simple hoja de papel, un  humilde y sencillo homenaje a  Miss Sarah,  aquella  grata  y  recordada profesora   de inglés….., de nuestros lejanos   primeros años…

MI BISABUELO TIENE SU ESTATUA




                                       Si, es verdad, está en la plaza Primero de Mayo, en Buenos Aires, exactamente ubicada entre las calles Pichincha,  Pasco,  Alsina y H. Yrigoyen.  Es de bronce, de cuerpo entero con el torso desnudo y carga sobre uno de sus hombros una maza con un largo cabo.
Él no ha sido ni un héroe, ni una figura pública, ni nada por el estilo. Fue guardián en el Parque Lezama y a la vez fungía como modelo de pintores y escultores.
Cerca del parque estaba la Academia de Bellas Artes  y es de allí donde seguramente fue contactado por el escultor Ernesto Soto Avendaño, autor de la obra.
Se la denomina “Monumento al Trabajo” y representa a un obrero de edad madura. El artista arriba nombrado, obtuvo con esta obra el Primer  Premio Nacional  de Escultura de 1921. Posteriormente la obra fue adquirida por el Concejo Deliberante y ubicada en la referida plaza, la cual fue inaugurada el 14 de abril de 1928 y en el mismo acto develada la estatua.
Conocí esta escultura de niño, de la mano de mi abuela Josefa Núñez. Me llevó una tarde para que “conociese” a su padre, mi bisabuelo. El artista había copiado exactamente sus facciones y su figura, por lo que mi abuela se emocionaba al verla.

 Él había llegado de su Galicia natal a principios del pasado siglo a Buenos Aires. Fue herrero en España y forjando con un martillo un hierro al rojo sobre el yunque, se desprendió una esquirla que fue a dar en un ojo de mi abuela, una niña de cinco años. Ella perdió el ojo y su padre cargó un remordimiento por el resto de su vida. Murió en 1933, a los 74 años y se llamaba Juan Núñez.

MAÑANA SAN PERON






                                       Fue la época del populismo mas exacerbado que existió en la Argentina y que aún se le encuentra, aunque ya bastante más devaluado. Asimismo aquellas técnicas que dieron sus buenos frutos al carismático líder, fueron aprovechadas por aquellos que escamotearon su herencia y que las remozaron dándole un baño de caramelo, para ocultarle lo rancio y con la segunda intención de atraer a los golosos.
 Antes de seguir es oportuno,  -solo para aquellos que lo han olvidado o lo ignoran- aclarar  el significado de San Perón. Y era que cuando, en alguna reunión, mitin, o cualquier concentración, a la que asistía Perón, se prolongaba en demasía, el público presente de manera colectiva y concluyente, clamaba a coro, y repetidamente el consabido mañana San Perón. Con esta táctica se  obligaba  al líder a decretar el siguiente día, feriado y de esa forma no asistir a al trabajo, o estudios o cualquiera otra obligación puntual.
 Por supuesto, Perón, como buen demagogo, era el más interesado en hacer este tipo de concesiones y después de hacerse rogar   el tiempo que fuera necesario concedía la  moción.  
  Sería por 1953 ó 1954,  que  cursaba mis estudios en la escuela normal Mariano Acosta y allí nos regalaron unas entradas, que repartió el gobierno  en los colegios secundarios, para ver nada menos que a los Globettroters, −el famoso el equipo norteamericano de basketbol−, y en el lugar más emblemático para presenciar un espectáculo deportivo de esa categoría: El Luna Park.  Allí fuimos, nos ubicamos con el mayor entusiasmo en las repletas tribunas. El espectáculo estaba programado para comenzar a primera hora de la noche, pero por causas que desconocíamos se demoraba exageradamente.  ¿Por qué sería?, preguntarán ustedes amables lectores......., −bueno,  había que esperar que llegara Perón, que era el más importante asistente y por otra parte el general se consideraba a sí mismo, el principal protagonista del espectáculo y quizás lo fuera…, −vaya uno a saber…!!!   Lo que sí era seguro y  sin lugar a la menor duda: El dueño y  a la vez el principal payaso del circo
 Llegó pasada las diez de la noche, sonriendo y levantando los brazos como lo hacía siempre y comenzó la función.  Esos negros eran maravillosos, hacían y deshacían con el balón las piruetas más geniales,  demostrando que más que un deporte era una exhibición  circense. Ya habían pasado las doce y el juego seguía y el entusiasmo de todos crecía….., pero yo pensando que mañana había que ir al colegio y que mis padres estarían preocupados  por lo tarde de la hora decidí irme a mi casa.
 Al otro día estaba temprano en la escuela con otros compañeros esperando que abrieran las puertas. En eso sale el portero y desde el atrio, molesto con todo derecho porque a él también  le alcanzaba el feriado, con su vozarrón  nos espeta: ―¡Hoy no hay clase! −¿ No se enteraron…; acaso  no fueron ustedes al Luna Park ayer?-- …., y ya más calmado al comprender nuestra ignorancia, coronó la noticia diciendo:  ―Terminó tan tarde  que el general decretó: …..Mañana San Perón!!!.......Y no hubo clase…

LOS NAÚFRAGOS


                                           Es un recuerdo que tiene que ver con el mar, ya el título lo está anunciando, aunque realmente  no estoy seguro de que lo fueran.  Pero vamos a contar  el cuento.
 Fue en un viaje a Europa, desde Buenos Aires, en 1974, en el Cristoforo Colombo, era un gran trasatlántico que como dato ilustrativo diremos que estuvo un tiempo anclado en Puerto Ordaz, como hotel flotante.
 Después  de zarpar de Río de Janeiro rumbo a la próxima escala que era  Madeira y habiendo  ya navegado quizás  un par de  días, a primera hora de la tarde  siento que  el barco aminora su marcha hasta luego detenerse. Estoy en cubierta de estribor donde ya empiezan  a reunirse otros pasajeros, algunos  señalando hacia el mar, algo que yo no había logrado ver todavía. Y era que  flotando, muy cerca,  había un pequeñísimo bote, -calculo de poco mas de tres metros  de eslora-  con una pequeña  y rudimentaria vela; y  dos hombres  a bordo. (Lo insólito era la considerable distancia de la costa en que se encontraban).  Estaban muy delgados, barbudos y tostados por el sol. Un oficial del puente,  por medio de un megáfono les habló, les preguntó en varios idiomas y repetidas veces…, si necesitaban agua o alimentos,  atención médica o instalarlos a bordo y remolcar su embarcación etc. etc. En pocas palabras ofreciéndoles la ayuda solidaria  que en estos casos (de probable emergencia) es menester. Todo ello fue negado por aquellos dos hombres por medio de gestos inequívocos y reiterativos,  los que  a pesar  de su delgadez se les veía  saludables y sonrientes.  Al final el oficial,  perplejo y vencido, les desea buen viaje, les dice adiós, que todos nosotros solidariamente también hacemos con las manos y  de inmediato  partimos. Quedamos observándolos  un rato  hasta que se convirtieron en un punto que luego desapareció, en medio de  ese inconmensurable océano, lejos de las costas, lejos de todo, con una soledad difícil de comprender, como también es   con  nuestra mente el porqué  de esa extraña  situación

LAS VACAS DE MAMÁ



                                                  Cuando niños nuestra madre nos entretenía,  contándonos  historias o acontecimientos, que ella había vivido cuando tendría nuestra misma edad.
  Esos relatos eran de una simplicidad maravillosa con  una descripción  interesante sobre la vida campesina de aquellos años en los principios del siglo veinte.
  No conocían la electricidad, ni las comodidades de la vida moderna. Vivian sencillamente en ese limitado mundo y eran dentro de sus  condiciones,  naturalmente felices.
  La casa de su familia era una modesta  vivienda de paredes de piedra, de las mismas rocas   que abundaban en el lugar. Se alzaba en Barbeitos, una aldea de las tierras altas de la provincia gallega de Pontevedra. La cocina ocupaba un  amplio espacio  con piso de losa, con su lumbre situada   en un rincón, a la usanza campesina y  sus ollas de hierro sostenidas por cadenas. En las largas y frías  noches de invierno se la utilizaba  también  para que  el ganado pernoctara allí, protegido de la nieve y las  heladas. En su parte superior existía un entrepiso construido en madera, que la familia  empleaba como dormitorio, siendo este lugar el mas caliente y confortable de la casa.  
  La  vida cotidiana de los niños en aquella época, en la España rural, se limitaba básicamente  al pastoreo y alguna otra actividad semejante. Con ese fin a  mamá  y a sus hermanos los enviaban al monte,  que eran las tierras comunales para apacentar el ganado y allí iban  con sus vacas.
  Una se llamaba Amarela y la otra Moura. No recuerdo si había otras en la casa, pero solo  de estas dos a quedado referencia. Estos nombres traducidos del gallego son: Amarilla y Mora. Apodos derivados de la simple observación del color de su pelo.
   Lo cierto es  que  aquella  actividad, que exigía dedicación y responsabilidad, también  servía de diversión a los niños de la aldea, que  reunidos  en el monte en torno a sus animales, disponían de  tiempo para compartir y jugar entre ellos cuando el clima lo permitiera.
   En las  largas jornadas estivales  cuando el calor se hacía intenso abundaban los tábanos que acosaban al ganado con su dolorosa picadura. Esos insectos espantaban a las bestias, las que con  solo oír su  zumbido huían despavoridas rumbo a sus fincas.
   La  inconveniente situación que  disminuía  la necesaria alimentación de los animales, era simulada deliberadamente por los niños cuando fastidiados o simplemente cansados de estar allí, querían regresar.  Para ello imitaban con sus bocas el terrible zumbido de los tábanos, que las vacas confundían con el verdadero y de esta forma lograban engañarlas y adelantar el regreso. Pero solo lograban engañar a las vacas. Los mayores conocedores de la travesura que mamá y sus hermanos cometían  no dudaban en castigarlos severamente.
   Mamá en su relato, nos describía  sonriendo  la pillería y nos recordaba las palabras de su madre al llegar a casa, luego de escucharles  las consabidas excusas y   pronta para castigarlos:
   ―No me engañan, están aquí porque les hicieron la mosca a las vacas…., y enojada agregaba:  ―Nadie les va a salvar la paliza……..

  Y para terminar, mamá ya un poco seria, concluía: ….—Y de verdad…, nadie nos la salvaba…

LA CASA DE LA TÍA MARÍA




                                               Algunos domingos, siendo niños, mamá nos llevaba a pasar el día  en casa de su hermana María, en el barrio de Mataderos. Estaba en la calle Oliden, y  su puerta solo se cerraba por las noches, cuando ya era hora de acostarse y se abría temprano en la mañana. No tenía timbre eléctrico, sin embargo hubo un tiempo en que si alguien  se asomaba apenas  al dintel de la puerta un tero, el ave  que en Venezuela se conoce por alcarabán,  alertaba a los de adentro con sus destemplados graznidos la presencia de algún visitante.  El propio tío Aladino, −el esposo de la tía María−, reconocía que no había mejor portero.

(Aclaro,  que esta temprana descripción, sobre la puerta y su portero es propia de Marta, mi hermana. Ella recientemente me detalló este preciso recuerdo, que permaneció inalterable en su memoria, mientras que en la  mía se extravió totalmente)  

Al igual que  otras de esa época y de las barriadas populares, esta casa  era  larga y angosta. Al entrar, en un pequeño jardín había una mata de nísperos que al madurar sus frutos hacían nuestra delicia.   Las habitaciones se sucedían una tras otra, frente a una galería cubierta que limitaba a un patio embaldosado. Al fondo el infaltable  gallinero, e inmediatamente antes,  el baño que consistía en una poceta a la turca. No había lavamanos,  afuera  estaba la pileta de lavar la ropa que cumplía esta función. Por la noche era necesario llevar una vela, hasta allí no llegaba la luz eléctrica. Era una casa humilde, de gente franca y trabajadora y de buena disposición. Estábamos  a  fin de los años  cuarenta y principios de los cincuenta, cuando todavía en Mataderos había  algunas calles de tierra. Era un suburbio de la propia ciudad, lejos del centro y sus barrios aledaños. Allí aún me tocó ver los últimos vestigios rurales que en los confines de la Capital Federal existían. Recuerdo perfectamente la recua de vacas con sus terneros que por estas calles  pasaban vendiendo  la leche que allí mismo ordeñaban. Lo mismo la manada de pavos que recorrían las calles al lento paso de estas aves,  bajo el cuidado de su propietario,  que los ofrecía en venta. Poseía éste un gancho de grueso alambre para atrapar a los animales por sus patas,  cuando algún vecino se interesaba en comprar.
Habitaban esta casa además de la tía María y su esposo,  sus hijos, −nuestros primos−. Ellos eran Paco, el mayor. Mingo el del medio y María Elena, la menor. Ella era muy cariñosa y dulce.   Los varones eran ya hombres cuando nosotros éramos todavía niños.
Alguna vez, nuestra madre nos contó risueñamente lo que sucedía con estos primos varones, − cuando niños− al volver de la escuela. Empezaré relatando que la tía María era el principal sostén de la familia. Ella  era en extremo trabajadora, se pasaba el día y parte de la noche frente a una máquina de coser, de las antiguas,−a manivela−  confeccionando  sostenes de mujer, que en aquella época se denominaban  corpiños.  Trabajaba sola en su casa por cuenta de terceros que le llevaban la tela cortada, para que ella confeccionara estas prendas y le pagaban por producción. Eran épocas difíciles y la tía debía producir lo suficiente para mantener a su familia, ya que el tío Aladino no trabajaba o lo hacía irregularmente. Además se ocupaba de todos los oficios de una casa y entre ellos estaba el cocinar. Por ello,  siempre con escaso tiempo para las labores domésticas, trataba de hacer  aquello que demandara el menor tiempo en su preparación. Casi todos los días de la semana su repetitivo menú consistía en un exquisito plato llamado puchero, que no es otra cosa que un hervido de  diferentes hortalizas y carne,  de sencilla y rápida elaboración. Fue entonces que mis primos,  al regresar  de la escuela a su casa,  Mingo acostumbraba a  adelantarse  para curiosear y comunicar a su hermano antes de que este  llegara  lo  que había de almuerzo ese día., con la esperanza   de un cambio en el menú, que por lo monótono no resultaba grato…… Frustrada esperanza, siempre era puchero, y a voces,  por poco llorando Mingo,  más o menos siempre exclamaba: −¡PACO, OTRA VEZ  PUCHERO!!!...... y protestando, hambrientos se sentaban a la mesa, reclamando a su madre e instándola a que prometiera al otro día cambiar de plato, mientras ella  afectuosa  y sonriente les servía la comida y les decía: −Mañana, les voy a preparar lo que a ustedes les gusta…… ,−pero si tengo tiempo−…..,aclaraba. Era entonces cuando los hermanos al final callaban y comían en silencio aquello que su madre sacrificada y generosa   les había preparado con toda dedicación y esmero.  
Llegábamos a esta casa a media mañana felices y dispuestos a gozar de nuestra estadía. .  Ya desde temprano, el tango se oía allí. Provenía de un  aparato de radio, sintonizado en Radio del Pueblo, la emisora   exclusivamente tanguera , que mis primos habían encendido a primera hora  y que apagarían por la noche. Ellos  eran tangueros a muerte.
 Es extraño que aún recuerdo comentarios que le hacía Paco a Mingo sobre la incorporación del cantor Edmundo Rivero −en esa época poco conocido−,  con su voz abaritonada  a la orquesta de Aníbal Troilo. Esa era la novedad en 1948, hace casi   sesenta años. Aún hoy escucho los domingos en mi casa aquellos tangos. Ahora me agrada lo que no me gustaba antaño  y por sobre todo aprecio la ingenuidad de sus letras. Era una época diferente, de la que solo quedaron recuerdos, nostalgias. La amena reminiscencia  de aquellos años cuando estábamos todos con la excepción de los que vinieron después.
El almuerzo de los domingos en aquella casa consistía en ravioles caseros de acelga y sesos con tuco, (salsa de tomates) de carne estofada. Exquisito plato que todos ayudábamos a preparar. (No recuerdo que haya cambiado alguna vez ese menú) Después la sobremesa en la que se conversaba y se reía.
 Algunas veces,  al terminar esta,  Mingo, −que era piloto de aviones− se despedía de nosotros   para ir al Aeroclub,  donde alquilaba una avioneta. Al salir nos advertía, señalando al cielo: −Esten atentos, que dentro de un rato pasaré con el avión……. Y era cierto, más tarde se oía el motor de un avión y alguien exclamaba: −¡¡¡Es Mingo, ……es Mingo!!!…− Ruidosamente salíamos al patio y al observar el cielo veíamos distante al avión anunciado que volaba en círculos, mientras Mingo  se comunicaba con nosotros agitando  una toalla, a través de la ventanilla.
Paco fue un excelente  y calificado sastre y laboraba en la sastrería de nuestro común primo, Josecito Juiz,  y  Mingo un gran aventurero. Además de pilotar aviones, lanchas y carros de carreras, fue paracaidista, mecánico, casi ingeniero, inventor, diseñador y hasta  funcionario de policía. Murió joven, en una cama , de meningitis. Lejos de los riesgos en que se jugó tantas veces la vida. Paco también murió prematuramente,  de cáncer.
El tío Aladino, al que recuerdo por su  amable y cariñoso carácter. Con todo respeto y sin juzgarlo, el tío no era un entusiasta del trabajo. Sin embargo  esa conducta  a mi tía no le importaba. Si oía alguna crítica, la ignoraba y si alguien  se lo decía en su cara, con   toda tranquilidad, amabilidad  y aplomo le contestaba que ella amaba a su esposo y lo aceptaba tal como era. Esa era otra   innegable  virtud.

 Ya dando fin a este relato  con tanta carga emotiva,  hay una historia interesante sobre el tío Aladino que mi padre contaba algunas veces. Esta versaba, cuando Aladino era joven, soltero y con una fuerte fama de gigoló  y amante de la vida nocturna y despreocupada. Comienza así:  Estando en Buenos Aires,  poco después de  emigrar de su Galicia natal, Aladino recibe una herencia de un familiar muerto en España. Al  parecer no era poco dinero, pues con ella y fiel a su estilo y ambiciones la destina a  la compra de un coche de plaza con su caballo y contrata un cochero. Era un transporte corriente  para aquella época, a principios del siglo veinte. Durante largo tiempo y todos los días,  o mejor dicho todas las noches, Aladino se hacía llevar con su vehículo a los cabarets y casas  de citas  del centro,  y regresaba  a su casa al amanecer,  a dormir,  para la siguiente noche,  renovado   y descansado repetir el  episodio. Eso duró hasta que se agotó el dinero y con él se  acabó  la farra, el coche, el caballo y hasta el cochero……, aunque no el talento, las costumbres, la fama y la vida despreocupada en  las que tío Aladino  sería   definitivamente insuperable…          

LA PELUA

                        


                                                Conocí a esta  carismática “cantaora”, cuando laboraba  en la cocina de El Flamenco de Hamburgo.  La Pelúa, --sobrenombre debido a su larga y abundante cabellera-- se presentó durante un par de semanas  en el tablao de este restoran junto con su esposo, excelente guitarrista. Ambos eran gitanos andaluces,  jóvenes,  con  gracia y talento.  Si mal no recuerdo, él se llamaba Enrique y era hijo de un conocido guitarrista flamenco ya retirado, que fue compañero de trabajo de Pepita,--la dueña del restoran-- cuando ella bailaba junto con su esposo César en los tablaos de España. La Pelúa fue anunciada con bombos y platillos, y era esperada  con expectación.  --El nivel profesional de esta pareja era superior a lo que era habitual en el tablado de El Flamenco. Estaban allí quizás por estar fuera de temporada, por amistad, o por ambas cosas. Prueba de ello es que  años después a finales de los setenta se presentaron en Caracas, en el Hotel Tamanaco—…Y llegó el día del debut, habían llegado por la mañana y se alojaron en unas habitaciones en el piso superior del local. Yo entraba a mi trabajo a las seis de la tarde y antes de empezar  almorzábamos patrones y empleados en la misma mesa. Servíamos la mesa cuando aparece ella, vestida con un “salto de cama” que le llegaba a las rodillas y pantuflas,  con el pelo recogido con redecilla. La observo curioso de arriba abajo, tenía  el rostro brillante seguramente por alguna crema previa al maquillaje  y unas pantorrillas escuálidas a mi ver. Me decepcionó su aspecto. Comieron con nosotros, eran sencillos y muy habladores, con ese acento gitano tan particular,  lleno de modismos y entonaciones. Al finalizar se retiraron y nosotros empezamos el trabajo. Esa noche el local se llenó, no cabía un alfiler, alrededor de las once, luego de las actuaciones de otros artistas se presentan ellos. Se suspende el servicio de los mesoneros y por ende el de la cocina. Salimos a verlos, ocultos tras un cortinado que había próximo al escenario, que está a oscuras. Se hace un silencio expectante…,   que rompe el  sonar de una  guitarra y el batir de palmas. Empieza débilmente la iluminación, que al acrecentarse poco a poco, vemos a una la Pelúa  impresionante, con un garbo y una belleza deslumbrante, bailando con su pelo suelto. Su traje ceñido adivina una armoniosa figura, pero es por sobre todo sus movimientos  de una fuerte sensualidad  lo que subyuga  al público. Empieza a cantar bulerías, con una voz  afinada y nítidamente flamenca, acompañada por la guitarra  de Enrique, sonora  y melodiosa. Cantó varias canciones y fue ovacionada y así fue noche tras noche. El público alemán poco conocedor de genuina música flamenca,  le pedía que interpretara  las rumbas de Peret, canciones vulgares, de moda  en aquella época…, no era su repertorio, -- se molestaba--, y  hasta Pepita se lo pidió., no recuerdo si lo aceptó para complacerla. Algunas veces, al finalizar su actuación, ya de madrugada,  tuvimos oportunidad de conversar con ambos, me contaban de sus giras artísticas, de su vida profesional y personal. Habían actuado en Buenos Aires y en otras importantes ciudades del mundo.  Ya al final de su estadía sucedió una contingencia brusca entre ellos que por poco no terminó mal. Fue al finalizar una presentación, cuando saliendo del escenario en un pasillo interior se suscita una discusión que termina con un fuerte ruido. Yo lo oigo desde la cocina, salgo alarmado y observo a Enrique, visiblemente alterado, sosteniendo el diapasón de su guitarra que a modo de garrote había estrellado y destruido contra una mesa. Lo serené, la Pelúa lloraba, otros se acercaron y calmaron a ambos. Creo que sucedió por celos de él hacia ella. La Pelúa  sobre el tablado “alteraba”, al público masculino y algo de eso tuvo que  ver. Al  otro día Enrique, ya calmado y sonriente me explica a medias  lo sucedido. Dolido por la destrucción de su guitarra, de la que conservaba el diapasón para posteriormente  reconstruirle la caja. –Era una Ramirez—me dijo--, (la mejor marca del mundo), y siguió: --Pero lo peor es que fue un regalo de mi padre…., no me gustaría que se enterara--,  y  para terminar agrega: con su “tonadilla” andaluza:  --Menos mal,  que la estrellé sobre la mesa y no en su  cabeza….,  que esa fue mi primera intención……, menos mal…., gracias a Dios--.