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Para reafirmar lo anteriormente expresado, las presentes líneas no dejan de ser un humilde testimonio personal con el deseo de que algo de lo que fue parte de la vida quede escrito y sirva como referencia circunstancial. A pesar de ello estimo la opinión del desaparecido Dr. Eleazar Silveira, ilustre medico quien expresara que ésta era una forma de hacer catarsis. Buscando esta palabra en el diccionario, encuentro: “CATARSIS. (Del griego kátharsis, purificación) f. En estética liberación o cura de los males del espíritu gracias a las emociones provocadas por uno u otro arte”. Pienso que su opinión fue acertada. De la misma manera que la confesión bien entendida, libera al ofensor de la pesada carga que soporta su conciencia. Pero por sobre toda explicación, he disfrutado enormemente haciéndolo.

jueves, 9 de junio de 2016

SALVADOR SERFATY




                                                 Era chaqueño, de La Leonesa,  un pueblo cercano  a Las Palmas. Este último  conocido por  su ingenio azucarero, donde  se encendió por primera vez un bombillo eléctrico en la Argentina.
 Por su apellido,  mostraba a todas luces su origen judío sefardí. Sus padres, con la esperanza de un futuro mejor emigraron de la Europa Oriental  y se establecieron en el nordeste argentino. Allí  nació y creció en el ambiente pobre y sacrificado de los inmigrantes. Al igual que  sus padres, se dedicó al comercio. Con su familia atendía una modesta bodega, (expendio de víveres) en La Leonesa, que en aquella época solo tenía calles de tierra.
 Vivía Salvador con su esposa y  sus dos hijos pequeños en una humilde vivienda detrás de la tienda. Allí llegamos, ―en respuesta a su  invitación―  juntamente con  un amigo.  Al no disponer de  un cuarto para alojarnos,  nos ofreció con toda  franqueza y generosidad, la única habitación de la casa, que ocupaba con su esposa e hijos, para que nos instalásemos en ella  sólo nosotros y ellos arreglarse en cualquier otro lugar.  A pesar de su insistencia,  obviamente no podíamos aceptarlo. Solo quedaba otra opción y era la tienda. Fue allí donde varias noches dormimos  sobre los austeros mostradores entre latas,  botellas y las demás provisiones que hacen a una bodega.
Era Salvador un alma noble y desinteresada. Se daba por entero con una simplicidad incondicional y bondadosa. Era humilde, austero  y comedido, dispuesto siempre a servir.  Nos carteábamos regularmente y algunas veces nos visitó en Buenos Aires. Después de un tiempo de incomunicación por mis viajes,  supe de su muerte,  por una carta de  su esposa; abnegada mujer de temple y sacrificio.

 Ya dando fin a estas líneas diremos que fue Salvador un personaje invalorable  de gratísima recordación. Un  amigo irremplazable, noble y sincero,  pleno de solidaridad   que hoy  evocamos con  afecto y emoción… 

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