Era
chaqueño, de La Leonesa , un pueblo cercano a Las Palmas. Este último conocido por su ingenio azucarero, donde se encendió por primera vez un bombillo
eléctrico en la Argentina.
Por su apellido, mostraba a todas luces su origen judío
sefardí. Sus padres, con la esperanza de un futuro mejor emigraron de la Europa Oriental y se establecieron en el nordeste argentino. Allí nació y creció en el ambiente pobre y
sacrificado de los inmigrantes. Al igual que sus padres, se dedicó al comercio. Con su
familia atendía una modesta bodega, (expendio de víveres) en La Leonesa , que en aquella
época solo tenía calles de tierra.
Vivía Salvador con su esposa y sus dos hijos pequeños en una humilde
vivienda detrás de la tienda. Allí llegamos, ―en respuesta a su invitación―
juntamente con un amigo. Al no disponer de un cuarto para alojarnos, nos ofreció con toda franqueza y generosidad, la única habitación
de la casa, que ocupaba con su esposa e hijos, para que nos instalásemos en
ella sólo nosotros y ellos arreglarse en
cualquier otro lugar. A pesar de su
insistencia, obviamente no podíamos
aceptarlo. Solo quedaba otra opción y era la tienda. Fue allí donde varias
noches dormimos sobre los austeros
mostradores entre latas, botellas y las
demás provisiones que hacen a una bodega.
Era Salvador
un alma noble y desinteresada. Se daba por entero con una simplicidad incondicional
y bondadosa. Era humilde, austero y
comedido, dispuesto siempre a servir. Nos carteábamos
regularmente y algunas veces nos visitó en Buenos Aires. Después de un tiempo
de incomunicación por mis viajes, supe
de su muerte, por una carta de su esposa; abnegada mujer de temple y
sacrificio.
Ya dando fin a estas líneas diremos que fue
Salvador un personaje invalorable de
gratísima recordación. Un amigo
irremplazable, noble y sincero, pleno de
solidaridad que hoy evocamos con afecto y emoción…
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