Llegamos a Río de Janeiro,
una mañana temprano, a bordo del Cristoforo Colombo, en viaje hacia Europa.
Compartía la travesía con un amigo. Habíamos salido de Buenos Aires, hacía unos
tres días. Allá en Río nos esperaba mi hermano Ricardo, en la circunstancia de su estadía en esa ciudad
y en el muelle nos aguardaba. La permanencia
de la nave en Río sería breve, partiríamos a las seis de la tarde. Ricardo
estaba hospedado en casa de su amiga, Elizeth Cardoso, una de las mejores vocalistas
del Brasil.
Ricardo era un excelente anfitrión, nos
llevó con el carro de Eliseth a recorrer la ciudad. Visitamos la bella bahía
con sus extensas playas, vimos desde abajo a las
“favelas”y nos llevó hasta arriba en el “Pan de Azucar”, donde está el Corcovado.
Desde allí se contemplaba todo Río. Era
la primera vez que visitaba Brasil, y ascendiendo en el cerro, me sorprendió el verde de la exuberante vegetación. Era distinto al
conocido, mucho más puro y luminoso. Caminamos por las calles de Río, con el
colorido propio de una ciudad tropical. Hay morros en casi toda la ciudad,
tienen un armonioso color ocre. He visto
edificios de apartamentos con su
edificación apoyada a ellos. Entramos a una frutería y el exótico olor de las frutas de la región encantaba el ambiente. Ricardo hablaba un
portugués fluido y con la entonación propia
de los “cariocas”, a tal grado que lo creían brasilero. Allí compramos
unos exquisitos y aromáticos mangos, −muy
raros en Argentina−.
Visitamos la casa de Elizeth, −ella
estaba ausente−. Nos recibió su secretaria y persona de confianza: Lourdes, con
ella y las demás personas de la casa compartimos
un exquisito almuerzo típico brasilero y coincidimos en una agradable sobremesa.
Entrada la tarde, partimos hacia el
puerto. Ricardo subió a bordo y gustamos de unas bebidas en el bar. Después vino la despedida,…. besos y abrazos hasta una
nueva oportunidad para vernos y compartir. Fue un estupendo día.
Ya en plena navegación, el perfume del
Brasil, no se apartaba de nuestro camarote, y siguió por un par de días más…..,
eran los mangos que Ricardo nos había obsequiado, que con su
fragancia intensa y particular nos invitaban a deleitarnos con su agradable y dulcísimo sabor…
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