Se llamaba
Francisco Pascual, era un hombre sencillo y respetuoso, y en la “Bellas Artes”, hacía diversos oficios,
fue entre otras cosas, el portero del
“Salón de Fiestas”, que con un elegante uniforme controlaba la puerta de aquel
grato y recordado lugar, ya distante en el tiempo. De aquella época, de mi adolescencia, es este recuerdo.
Pascual, se ocupaba también del
mantenimiento del Salón, después de las fiestas, y un principio de semana, luego de una boda que se festejó el sábado anterior,
estaba haciendo por la mañana su trabajo de aseo, cuando recibimos en el negocio, una inesperada llamada telefónica de él mismo, preguntando por don
José, mi padre.
El diálogo que se desarrolló en esa
comunicación, al tomar mi padre el auricular y contestar fue mas o menos, el siguiente: −
―¿Diga,
Pascual que se le ofrece. Y responde
Pascual con voz atormentada, exclamando: ―¡Don José…., lo llamo, porque me envenené…!
La respuesta fue ciertamente tragicómica, a pesar de la terrible confesión. Entonces, mi padre, colgando el auricular,
alarmado, les dijo a otros empleados allí presentes: −¡Vamos para el salón…, Pascual se envenenó…
No
demoraron en llegar, pues quedaba exactamente enfrente y encontraron a Pascual,
consternado y abatido. Había sobre una mesa, un vaso hasta la mitad con agua y en el fondo
un asiento blancuzco. A su lado un pote de cartón, de hormiguicida.
Indicio
de que Pascual había intentado quitarse la vida, con
veneno para hormigas.
Rápidamente se lo trasladó al
hospital Fernández y allí luego de medicarlo y tenerlo en observación por un
por un corto tiempo, y sin encontrarle
mayor complicación lo dieron de alta.
Y es que Pascual,
apenas había tomado ese veneno, que además era ligeramente tóxico. Por sobre
todo quiso en esa infantil acción, llamar
la atención, ser tomado en cuenta, en su
despecho por una mujer que no lo correspondía,− según recuerdo.
Volvió Pascual por la tarde al
negocio, avergonzado, sonriendo tímidamente y aceptando complacido las palmadas solidarias
de sus compañeros; mi padre lo regañó cariñosamente, sermón que aceptó como atinado
y justo.
Ahora, a tantos años de aquellos hechos, tengo un
recuerdo imborrable de este personaje, Francisco Pascual, que era como un niño….., muchas veces caprichoso y terco, pero siempre respetuoso y cordial …
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