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Para reafirmar lo anteriormente expresado, las presentes líneas no dejan de ser un humilde testimonio personal con el deseo de que algo de lo que fue parte de la vida quede escrito y sirva como referencia circunstancial. A pesar de ello estimo la opinión del desaparecido Dr. Eleazar Silveira, ilustre medico quien expresara que ésta era una forma de hacer catarsis. Buscando esta palabra en el diccionario, encuentro: “CATARSIS. (Del griego kátharsis, purificación) f. En estética liberación o cura de los males del espíritu gracias a las emociones provocadas por uno u otro arte”. Pienso que su opinión fue acertada. De la misma manera que la confesión bien entendida, libera al ofensor de la pesada carga que soporta su conciencia. Pero por sobre toda explicación, he disfrutado enormemente haciéndolo.

jueves, 9 de junio de 2016

MISS SARAH



                                       Había llegado a Buenos Aires, desde su Inglaterra natal. Su padre fue oficial de caballería, del ejército de su Majestad y según recuerdo,  formó  parte de la agregaduría militar de la embajada del Reino Unido en la Argentina.
          Mis hermanos y yo, éramos niños cuando nos enseñaba inglés. Fue a principio de los cincuenta. Ella,  para esos años ya habría pasado las sesenta primaveras.
          Era de contextura delicada, menuda, ya canosa y hablaba poco castellano con un fuerte acento británico. Siempre la vimos  vestida de negro y usaba medias de muselina, que para esa época solo las usaban las ancianas.
          Era  humilde y  austera.., más aún…, era pobre…. Se mantenía con las  clases de inglés, que daba a domicilio por no tener,− en donde vivía− suficiente espacio o decoro,  quizás.
Venía a casa, por las tardes,  unas dos  o tres veces por semana. Llegaba  siempre con su amable sonrisa. Nos saludaba en inglés y en inglés habíamos de responderle.  Nuestra madre, la apreciaba y siempre la obsequiaba con te y dulces.
          Todavía está en mi mente,  aquella tarde en que le tocaba venir y  llovía a cántaros desde hacía horas.   Nosotros…, niños al fin…., felices porque creíamos  que faltaría. … y así nos libraríamos de la clase. No fue así…, y ante nuestra sorpresa y frustración la vimos aparecer empapada, mojada de la cabeza a los pies y bajo de un pequeño e inútil paraguas, demostrándonos que su responsabilidad estaba por encima del clima.   
Nos dio clases algún tiempo y al llegar diciembre y terminar el año escolar, tomamos vacaciones. Al reiniciarse el nuevo período, en marzo, vino ella a nuestra casa para continuar con las clases. Mis hermanos y yo, ―inconsecuentes y remolones, como éramos―  a pesar de la insistencia de nuestros padres,   no deseábamos   continuarlas.
 Fue nuestra madre, quien  la atendió  y explicó, apenada, nuestra determinación. Miss Sarah, la escuchó con una triste  sonrisa. Seguramente su cariño hacia nosotros se topó con nuestra ingratitud, la que se uniría a la necesidad de los recursos resultantes de las clases.

          Hoy la recuerdo con cariño, y al evocarla pienso que hay en ello un reconocimiento, una valoración a su constancia y un agradecimiento póstumo  a su amorosa  disposición  y responsabilidad al enseñarnos. Quede aquí entonces,  en esta simple hoja de papel, un  humilde y sencillo homenaje a  Miss Sarah,  aquella  grata  y  recordada profesora   de inglés….., de nuestros lejanos   primeros años…

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