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Para reafirmar lo anteriormente expresado, las presentes líneas no dejan de ser un humilde testimonio personal con el deseo de que algo de lo que fue parte de la vida quede escrito y sirva como referencia circunstancial. A pesar de ello estimo la opinión del desaparecido Dr. Eleazar Silveira, ilustre medico quien expresara que ésta era una forma de hacer catarsis. Buscando esta palabra en el diccionario, encuentro: “CATARSIS. (Del griego kátharsis, purificación) f. En estética liberación o cura de los males del espíritu gracias a las emociones provocadas por uno u otro arte”. Pienso que su opinión fue acertada. De la misma manera que la confesión bien entendida, libera al ofensor de la pesada carga que soporta su conciencia. Pero por sobre toda explicación, he disfrutado enormemente haciéndolo.

jueves, 9 de junio de 2016

LAS VACAS DE MAMÁ



                                                  Cuando niños nuestra madre nos entretenía,  contándonos  historias o acontecimientos, que ella había vivido cuando tendría nuestra misma edad.
  Esos relatos eran de una simplicidad maravillosa con  una descripción  interesante sobre la vida campesina de aquellos años en los principios del siglo veinte.
  No conocían la electricidad, ni las comodidades de la vida moderna. Vivian sencillamente en ese limitado mundo y eran dentro de sus  condiciones,  naturalmente felices.
  La casa de su familia era una modesta  vivienda de paredes de piedra, de las mismas rocas   que abundaban en el lugar. Se alzaba en Barbeitos, una aldea de las tierras altas de la provincia gallega de Pontevedra. La cocina ocupaba un  amplio espacio  con piso de losa, con su lumbre situada   en un rincón, a la usanza campesina y  sus ollas de hierro sostenidas por cadenas. En las largas y frías  noches de invierno se la utilizaba  también  para que  el ganado pernoctara allí, protegido de la nieve y las  heladas. En su parte superior existía un entrepiso construido en madera, que la familia  empleaba como dormitorio, siendo este lugar el mas caliente y confortable de la casa.  
  La  vida cotidiana de los niños en aquella época, en la España rural, se limitaba básicamente  al pastoreo y alguna otra actividad semejante. Con ese fin a  mamá  y a sus hermanos los enviaban al monte,  que eran las tierras comunales para apacentar el ganado y allí iban  con sus vacas.
  Una se llamaba Amarela y la otra Moura. No recuerdo si había otras en la casa, pero solo  de estas dos a quedado referencia. Estos nombres traducidos del gallego son: Amarilla y Mora. Apodos derivados de la simple observación del color de su pelo.
   Lo cierto es  que  aquella  actividad, que exigía dedicación y responsabilidad, también  servía de diversión a los niños de la aldea, que  reunidos  en el monte en torno a sus animales, disponían de  tiempo para compartir y jugar entre ellos cuando el clima lo permitiera.
   En las  largas jornadas estivales  cuando el calor se hacía intenso abundaban los tábanos que acosaban al ganado con su dolorosa picadura. Esos insectos espantaban a las bestias, las que con  solo oír su  zumbido huían despavoridas rumbo a sus fincas.
   La  inconveniente situación que  disminuía  la necesaria alimentación de los animales, era simulada deliberadamente por los niños cuando fastidiados o simplemente cansados de estar allí, querían regresar.  Para ello imitaban con sus bocas el terrible zumbido de los tábanos, que las vacas confundían con el verdadero y de esta forma lograban engañarlas y adelantar el regreso. Pero solo lograban engañar a las vacas. Los mayores conocedores de la travesura que mamá y sus hermanos cometían  no dudaban en castigarlos severamente.
   Mamá en su relato, nos describía  sonriendo  la pillería y nos recordaba las palabras de su madre al llegar a casa, luego de escucharles  las consabidas excusas y   pronta para castigarlos:
   ―No me engañan, están aquí porque les hicieron la mosca a las vacas…., y enojada agregaba:  ―Nadie les va a salvar la paliza……..

  Y para terminar, mamá ya un poco seria, concluía: ….—Y de verdad…, nadie nos la salvaba…

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