Es
un recuerdo que tiene que ver con el mar, ya el título lo está anunciando,
aunque realmente no estoy seguro de que
lo fueran. Pero vamos a contar el cuento.
Fue en un viaje a Europa, desde Buenos Aires,
en 1974, en el Cristoforo Colombo, era un gran trasatlántico que como dato
ilustrativo diremos que estuvo un tiempo anclado en Puerto Ordaz, como hotel
flotante.
Después de zarpar de Río de Janeiro rumbo a la
próxima escala que era Madeira y habiendo ya navegado quizás un par de días, a primera hora de la tarde siento que
el barco aminora su marcha hasta luego detenerse. Estoy en cubierta de
estribor donde ya empiezan a reunirse
otros pasajeros, algunos señalando hacia
el mar, algo que yo no había logrado ver todavía. Y era que flotando, muy cerca, había un pequeñísimo bote, -calculo de poco
mas de tres metros de eslora- con una pequeña y rudimentaria vela; y dos hombres
a bordo. (Lo insólito era la considerable distancia de la costa en que
se encontraban). Estaban muy delgados,
barbudos y tostados por el sol. Un oficial del puente, por medio de un megáfono les habló, les
preguntó en varios idiomas y repetidas veces…, si necesitaban agua o alimentos,
atención médica o instalarlos a bordo y
remolcar su embarcación etc. etc. En pocas palabras ofreciéndoles la ayuda
solidaria que en estos casos (de
probable emergencia) es menester. Todo ello fue negado por aquellos dos hombres
por medio de gestos inequívocos y reiterativos,
los que a pesar de su delgadez se les veía saludables y sonrientes. Al final el oficial, perplejo y vencido, les desea buen viaje, les
dice adiós, que todos nosotros solidariamente también hacemos con las manos
y de inmediato partimos. Quedamos observándolos un rato
hasta que se convirtieron en un punto que luego desapareció, en medio
de ese inconmensurable océano, lejos de
las costas, lejos de todo, con una soledad difícil de comprender, como también
es con nuestra mente el porqué de esa extraña situación
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