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Para reafirmar lo anteriormente expresado, las presentes líneas no dejan de ser un humilde testimonio personal con el deseo de que algo de lo que fue parte de la vida quede escrito y sirva como referencia circunstancial. A pesar de ello estimo la opinión del desaparecido Dr. Eleazar Silveira, ilustre medico quien expresara que ésta era una forma de hacer catarsis. Buscando esta palabra en el diccionario, encuentro: “CATARSIS. (Del griego kátharsis, purificación) f. En estética liberación o cura de los males del espíritu gracias a las emociones provocadas por uno u otro arte”. Pienso que su opinión fue acertada. De la misma manera que la confesión bien entendida, libera al ofensor de la pesada carga que soporta su conciencia. Pero por sobre toda explicación, he disfrutado enormemente haciéndolo.

jueves, 9 de junio de 2016

EL MATEO




                                   Con este vocablo se designaba  a  los coches de plaza, descapotables  que tirados por un caballo hacían un  paseo por los bosques de Palermo, en Buenos Aires.
Eran ya en aquella época, (fin de los cuarenta y a principios de los cincuenta)  un resabio del pasado. Luego, con el correr del tiempo algunos de estos carruajes, ya desvencijados,  circulaban por la ciudad  como  humildes transportes de cargas, hasta que se prohibió la tracción a sangre, pero eso fue a principio de los sesenta.
 Recuerdo que con nuestra madre y mis hermanos Marta y Ricardo  paseábamos en ellos, por Palermo,  algunos soleados  domingos,  durante la  ya distante niñez.
 Se los encontraba frente a la Plaza Italia, sobre la avenida Sarmiento, junto a la acera que bordea a La Rural.
 Mi madre  hábilmente regateaba con el cochero el costo del viaje y casi  siempre lograba el mayor recorrido al menor precio,  con el mejor coche y el más presentable conductor.
 Yo me sentaba adelante, soberbio,   junto al cochero y a veces a mi pedido, alguno  me complacía  dejándome llevar las riendas por breves  momentos,  por  aquella inolvidable  y querida Buenos Aires,  en el viejo Palermo,  (que fue antaño hacienda del dictador Rosas)  con sus bosques, lagos,  y jardines de cuidada belleza. Como eran  el Rosedal, el Patio Andaluz, los cisnes, las ocas, la confitería del Castillo, los botes de remo,  etc.,   que recorríamos complacidos, disfrutando cándidamente del paseo.

 Felices años de la niñez en una ciudad  grande y populosa,  aunque amable y generosa,  llena de encanto  y simpatía………

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