Yo, como hijo puedo confirmar esta reflexión con todo acierto con respecto a mi condición
de hijo y mi abuelo Fructuoso, en donde ahora esté, en lo que atañe a la suya, como padre. Este
relato es una historia de amor filial que protagonizaron mi padre y mi abuelo. Este último por causas
que desconozco, se aparta de su mujer y sus hijos, cuando mi padre, que era el mayor, tendría unos seis años y
viaja a América, dejando su
responsabilidad en mi abuela , a la que no le quedó otra alternativa que criar
sola a sus hijos. Con escasos recursos y en una época difícil logró mantener a
sus cinco hijos. Mi padre emigró solo, cuando tenía quince años y su madre y hermanos, cuando la menor,
Carmen, contaba con unos doce o trece. Llegaron a Buenos Aires en 1929, y mi
padre que ya tenía diez y ocho años, se convierte en el sostén de la familia. Poco a poco con trabajo, buena voluntad y la infaltable ayuda de Dios lograron desarrollarse como una familia unida. Así llegamos a cuando mi padre
contaba unos veinticinco años y sentía la necesidad, --iniciada hacía ya
tiempo-- de contactar a su padre. Había diligenciado su paradero en el
consulado y con otras personas sin resultado. Hasta que milagrosamente un día
le comunicaron que su padre estaba en Montevideo, enfermo y sin asistencia. De
inmediato viajó y le encontró en una
barraca con una grave neumonía. Me imagino lo que habrán sentido ambos en ese
trascendental encuentro. Lo trasladó a
un hospital. Había enfermado por quedar a la intemperie, en la vía pública,
ebrio, en pleno invierno, -era alcohólico-. Cuando recobró su salud, lo llevó consigo a la casa familiar en Buenos
Aires. Me figuro lo que habrá sido ese
encuentro, con tantas emociones tropezadas. A partir de allí siempre estuvo mi
abuelo bajo la protección de mi padre. Hay una anécdota ilustrativa que confirma
aquello: Pasados unos meses, mi padre al regresar del su trabajo encontró al
abuelo fuera de la casa porque fue echado por su mujer e hijas. Contrariado mi
padre entró con el abuelo y se sentaron a la mesa para cenar. Mi abuela sirvió la comida solo a su hijo. Al reclamar mi padre, se le dijo
que al abuelo no se le serviría. Por
ello mi padre decide irse de casa con el
abuelo a una pensión. Allí estuvieron un tiempo hasta que mi abuela pidiera a
mi padre que regresara, aceptando que concurriera con el abuelo. Años después cuando mi padre
ya casado
con mi madre, llevó al abuelo con él y quedó en casa hasta que murió muchos
años después. También mi abuela vivió con nosotros. Nunca se reconcilió con el abuelo. Ambos coexistieron
en la misma casa, compartiendo la mesa en las comidas, etc., sin hablarse jamás. Mi padre los aceptaba tal como eran. Regañaba
al abuelo por su adicción, aunque sabía que era una enfermedad incurable. Por
prescripción médica suministraba al
abuelo una dosis de licor por la mañana y otra por la tarde, durante largos
años, hasta que murió. Siempre
estuvo solícito a las
necesidades de uno y otro,
con una extraordinaria tolerancia, dedicación y afecto. La abuela también murió en casa. Mi padre fue un paradigma en esta relación, que yo en lo que me correspondía, no
logré imitar. No agrego ya nada más, y
para terminar solo creo necesario repetir aquella
ponderación con que titulamos este relato:…… BUEN PADRE Y MEJOR
HIJO.
Estas anotaciones forman parte de recuerdos, de acontecimientos que pasaron, unos distantes en el tiempo, otros más recientes y que tienen para mí algún valor anecdótico o simplemente pretenden ser testimonios, evocaciones, sencillos homenajes a instituciones, personas, etc. Son sucesos aislados no correlativos, los más con fechas imprecisas, que no obedecen a ningún orden cronológico sino que brotan espontáneamente de la mente.
.
Para reafirmar lo anteriormente expresado, las presentes líneas no dejan de ser un humilde testimonio personal con el deseo de que algo de lo que fue parte de la vida quede escrito y sirva como referencia circunstancial. A pesar de ello estimo la opinión del desaparecido Dr. Eleazar Silveira, ilustre medico quien expresara que ésta era una forma de hacer catarsis. Buscando esta palabra en el diccionario, encuentro: “CATARSIS. (Del griego kátharsis, purificación) f. En estética liberación o cura de los males del espíritu gracias a las emociones provocadas por uno u otro arte”. Pienso que su opinión fue acertada. De la misma manera que la confesión bien entendida, libera al ofensor de la pesada carga que soporta su conciencia. Pero por sobre toda explicación, he disfrutado enormemente haciéndolo.
jueves, 9 de junio de 2016
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