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Para reafirmar lo anteriormente expresado, las presentes líneas no dejan de ser un humilde testimonio personal con el deseo de que algo de lo que fue parte de la vida quede escrito y sirva como referencia circunstancial. A pesar de ello estimo la opinión del desaparecido Dr. Eleazar Silveira, ilustre medico quien expresara que ésta era una forma de hacer catarsis. Buscando esta palabra en el diccionario, encuentro: “CATARSIS. (Del griego kátharsis, purificación) f. En estética liberación o cura de los males del espíritu gracias a las emociones provocadas por uno u otro arte”. Pienso que su opinión fue acertada. De la misma manera que la confesión bien entendida, libera al ofensor de la pesada carga que soporta su conciencia. Pero por sobre toda explicación, he disfrutado enormemente haciéndolo.

jueves, 9 de junio de 2016

BUEN PADRE Y MEJOR HIJO




                                                                       Yo,  como hijo puedo confirmar esta reflexión  con todo acierto con respecto a mi condición de hijo y mi abuelo Fructuoso, en donde ahora esté,  en lo que atañe a la suya, como padre. Este relato es una historia de amor filial que protagonizaron  mi padre y mi abuelo. Este último por causas que desconozco, se aparta de su mujer y sus hijos, cuando mi padre,  que era el mayor, tendría unos seis años y viaja a  América, dejando su responsabilidad en mi abuela , a la que no le quedó otra alternativa que criar sola a sus hijos. Con escasos recursos y en una época difícil logró mantener a sus cinco hijos. Mi padre emigró  solo,  cuando tenía quince años   y su madre y hermanos, cuando la menor, Carmen, contaba con unos doce o trece. Llegaron a Buenos Aires en 1929, y mi padre que ya tenía diez y ocho años, se convierte en el sostén de la familia.   Poco a poco con trabajo,  buena voluntad  y la infaltable ayuda de Dios lograron  desarrollarse como una  familia unida. Así llegamos a cuando mi padre contaba unos veinticinco años y sentía la necesidad, --iniciada hacía ya tiempo-- de contactar a su padre. Había diligenciado su paradero en el consulado y  con otras personas  sin resultado. Hasta que milagrosamente un día le comunicaron que su padre estaba en Montevideo, enfermo y sin asistencia. De inmediato viajó y le  encontró en una barraca con una grave neumonía. Me imagino lo que habrán sentido ambos en ese trascendental encuentro.  Lo trasladó a un hospital. Había enfermado por quedar a la intemperie, en la vía pública, ebrio, en pleno invierno, -era alcohólico-. Cuando recobró su salud,  lo llevó consigo a la casa familiar en Buenos Aires. Me figuro  lo que habrá sido ese encuentro, con tantas emociones tropezadas. A partir de allí siempre estuvo mi abuelo bajo la protección de mi padre. Hay una anécdota ilustrativa que confirma aquello: Pasados unos meses, mi padre al regresar del su trabajo encontró al abuelo fuera de la casa porque fue echado por su mujer e hijas. Contrariado mi padre entró con el abuelo y se sentaron a la mesa para cenar. Mi abuela  sirvió la comida solo a su  hijo. Al reclamar mi padre, se le dijo que  al abuelo no se le serviría. Por ello mi padre  decide irse de casa con el abuelo a una pensión. Allí estuvieron un tiempo hasta que mi abuela pidiera a mi padre que regresara, aceptando que concurriera  con el abuelo. Años después cuando mi padre ya   casado  con mi madre, llevó al abuelo con él y quedó en casa hasta que murió muchos años después. También mi abuela vivió con nosotros. Nunca se  reconcilió con el abuelo. Ambos coexistieron en la misma casa, compartiendo la mesa en las comidas, etc.,  sin hablarse jamás.  Mi padre los aceptaba tal como eran. Regañaba al abuelo por su adicción, aunque sabía que era una enfermedad incurable. Por prescripción médica  suministraba al abuelo una dosis de licor por la mañana y otra por la tarde, durante largos años,  hasta que murió. Siempre estuvo  solícito a  las  necesidades de  uno y otro, con  una extraordinaria  tolerancia, dedicación y afecto. La  abuela también murió en casa. Mi padre fue un  paradigma en esta relación,  que yo en lo que me correspondía,   no logré imitar. No agrego ya  nada más, y para terminar solo  creo necesario repetir  aquella  ponderación  con que  titulamos este relato:…… BUEN PADRE  Y MEJOR  HIJO.   

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