Durante
nuestra estadía en Hamburgo, que compartimos en 1973 con mi hermano Ricardo, decidimos
irnos de paseo un fin de semana a
Berlín. Para ello alquilamos un Volkswagen amarillo, nuevecito, y partimos un
sábado temprano. En aquella época había dos Alemanias, la occidental, que era
donde estábamos y la otra la del este o comunista. Después de pasar por Lübeck,
la ciudad natal de Thomas Mann, se llegaba al límite geográfico de las dos
naciones. Allí había un puesto aduanal donde revisaron documentos y vehículo; y
autorizaron a continuar viaje hasta Berlín. Esta ciudad estaba dividida en dos,
una occidental y la otra comunista y era como una isla dentro del territorio de
Alemania Oriental. Se llegaba por una carretera, que constituía un corredor vial, del que no nos podíamos
apartar. Lo que veíamos a sus costados eran cuarteles militares, uno tras otro.
Atravesamos algunos pueblos con un aspecto tan sórdido y miserable que nos
parecía retroceder en el tiempo. En uno de ellos, -estaba clareando- vimos a
una anciana barriendo una acera con una escoba similar a esas con que ilustran
las escenas de brujas. Coincide esta vista con el paso de una vieja moto con
sidecar, tripulada por militares con el típico casco alemán de la segunda guerra. Parecía una escena
cinematográfica de los años cuarenta. Este país estaba detenido en el tiempo.
Más adelante al atravesar un paso a nivel, (ferrocarril), un policía motorizado
intenta “cobrarnos”, por una inexistente infracción de tránsito. Así llegamos a
Berlín Oriental, una ciudad nada comparable a la de la otra Alemania, sumamente
moderna. Edificios vetustos, todo muy descuidado y sectores no reedificados, pocos autos y pocas personas. La gente era reservada, con evidente temor a entablar alguna
conversación con extraños. Pedimos a algunos transeúntes que nos tomaran una
fotografía a ambos y no pudimos lograrlo. Vimos por la calle una boda, a la usanza tradicional,
en un coche antiguo y muy colorido tirado por caballos. Luego de recorrer algunas partes de esa monótona ciudad llegamos
al puesto fronterizo para ingresar a
Berlín occidental. Este puesto era militar y sumamente vigilado. Inspeccionaron
el auto meticulosamente, buscando principalmente personas ocultas en la parte
inferior del vehículo. Para ello usaban unos espejos provistos de ruedas y un
largo mango que pasaban por debajo del auto. Miraban también por debajo de los
asientos y en la maleta. Luego de revisarnos los pasaportes, y preguntarnos las razones de la visita, nos autorizaron el paso. Saliendo del lugar
de estacionamiento, y dirigiéndonos a la salida, nos ocurre un fastidioso y
hasta peligroso percance. Fuimos interceptados y obligados a detenernos, al observar los guardias a Ricardo hablando
ante un pequeño micrófono de un grabador en el que relataba “in situ” lo que
sucedía. Llevaron a Ricardo y su grabador a unas oficinas y lo demoraron largo
tiempo, el suficiente para que ellos oyeran lo grabado y estuvieran seguros de
no existir nada sospechoso para la seguridad de su régimen
totalitario. Nos maltrataron de
palabra, principalmente una
funcionaria que hablaba en castellano. De inmediato al salir de allí, entramos
a Berlín Occidental, una maravillosa ciudad, limpia y ordenada, llena de
parques y jardines, con amplias avenidas e imponentes palacios. Recorrimos
su notable urbanismo y arquitectura. Sus calles y boulevares, la zona de
tiendas y restaurantes, y al anochecer vimos un Berlín con mucha vida nocturna,
pleno de luces y personas. Alrededor de medianoche, estacionamos en la famosa avenida Unter Den Linden -donde los
nazis hacían sus desfiles- , en un lugar apropiado para aparcar y pasar la
noche. Hacía frío, pero teníamos nuestros sacos de dormir. Nada ni nadie nos
molestó, dormimos tranquilamente Allí mismo unas jóvenes y bellas prostitutas,
llegaban, estacionaban su carro y se exhibían al costado de la vía en busca de
clientes. Despertamos
con el sol alto y nos fuimos a asear a una estación ferroviaria próxima.
Caminando por el largo andén, rumbo a los baños, vimos a lo lejos a una pareja besándose apasionadamente; al acercarnos notamos que son dos varones jóvenes, -raro para nosotros en aquella época- que no
se inmutan por nuestra presencia. Era domingo
y disponíamos de todo el día. Visitamos la iglesia del kaiser Guillermo, que son ruinas
no reconstruidas, para dejar testimonio de la
atrocidad de la guerra. Recorrimos
los jardines y parques. Visitamos la monumental puerta de Brandenburgo, cerrada al público, por estar en el sector
oriental. Fue posible verla, tras cercas metálicas. Otra
visita obligada fue al Muro de Berlín. Como sabemos fue una pared de cuatro
metros de altura que dividía la ciudad. Mas allá del muro se divisaban las
torres de vigilancia y tomándole una foto a Ricardo intento que salga en la
toma las referidas torres. Estoy enfocando con la cámara, cuando un señor me da
un empujón hacia delante, gritándome: --¡Cuidado!,
y luego me explica: --Uno de los
guardias lo estaba observando con los prismáticos, mientras el otro se
disponía a apuntarme con su fusil—Quedé atónito, nada de eso había notado, como
tampoco creía que fueran capaces de disparar para el otro lado de ese bochornoso
muro. Visitamos el zoológico, era y creo
que todavía es, el mas grande del mundo.
Los animales están en lugares especialmente acondicionados en relación a la
temperatura, humedad y medio dominante, semejante a los que ellos naturalmente
viven. Dentro del zoológico coincidía el famoso circo Ringling Brothers. Gratísima sorpresa encontrar allí esta
prestigiosa carpa, con un espectáculo de una extraordinaria calidad que disfrutamos
gratamente. Antes del atardecer
decidimos partir, para llegar aún de día a Hamburgo. Nos dirigimos hacia el
puesto fronterizo y mientras esperábamos en la cola de autos, no me pude
contener de tomarle con disimulo unas fotos a las instalaciones militares,
principalmente antitanques, que allí había y que estaban expresamente
prohibido. (Lo hice por desquite o represalia). Hoy reconozco que fue un acto temerario e
imprudente, no me quiero ni remotamente imaginar, que hubiera ocurrido si me
hubieran descubierto. Y así nos despedimos de Berlín, una importante ciudad,
con muchísimos lugares de interés;
algunos que lamentablemente el recuerdo es impreciso o que sencillamente olvidé
y otros que no pudimos apreciar en su totalidad dada la brevedad de nuestra visita.
Estas anotaciones forman parte de recuerdos, de acontecimientos que pasaron, unos distantes en el tiempo, otros más recientes y que tienen para mí algún valor anecdótico o simplemente pretenden ser testimonios, evocaciones, sencillos homenajes a instituciones, personas, etc. Son sucesos aislados no correlativos, los más con fechas imprecisas, que no obedecen a ningún orden cronológico sino que brotan espontáneamente de la mente.
.
Para reafirmar lo anteriormente expresado, las presentes líneas no dejan de ser un humilde testimonio personal con el deseo de que algo de lo que fue parte de la vida quede escrito y sirva como referencia circunstancial. A pesar de ello estimo la opinión del desaparecido Dr. Eleazar Silveira, ilustre medico quien expresara que ésta era una forma de hacer catarsis. Buscando esta palabra en el diccionario, encuentro: “CATARSIS. (Del griego kátharsis, purificación) f. En estética liberación o cura de los males del espíritu gracias a las emociones provocadas por uno u otro arte”. Pienso que su opinión fue acertada. De la misma manera que la confesión bien entendida, libera al ofensor de la pesada carga que soporta su conciencia. Pero por sobre toda explicación, he disfrutado enormemente haciéndolo.
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