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Para reafirmar lo anteriormente expresado, las presentes líneas no dejan de ser un humilde testimonio personal con el deseo de que algo de lo que fue parte de la vida quede escrito y sirva como referencia circunstancial. A pesar de ello estimo la opinión del desaparecido Dr. Eleazar Silveira, ilustre medico quien expresara que ésta era una forma de hacer catarsis. Buscando esta palabra en el diccionario, encuentro: “CATARSIS. (Del griego kátharsis, purificación) f. En estética liberación o cura de los males del espíritu gracias a las emociones provocadas por uno u otro arte”. Pienso que su opinión fue acertada. De la misma manera que la confesión bien entendida, libera al ofensor de la pesada carga que soporta su conciencia. Pero por sobre toda explicación, he disfrutado enormemente haciéndolo.

jueves, 9 de junio de 2016

LA PELUA

                        


                                                Conocí a esta  carismática “cantaora”, cuando laboraba  en la cocina de El Flamenco de Hamburgo.  La Pelúa, --sobrenombre debido a su larga y abundante cabellera-- se presentó durante un par de semanas  en el tablao de este restoran junto con su esposo, excelente guitarrista. Ambos eran gitanos andaluces,  jóvenes,  con  gracia y talento.  Si mal no recuerdo, él se llamaba Enrique y era hijo de un conocido guitarrista flamenco ya retirado, que fue compañero de trabajo de Pepita,--la dueña del restoran-- cuando ella bailaba junto con su esposo César en los tablaos de España. La Pelúa fue anunciada con bombos y platillos, y era esperada  con expectación.  --El nivel profesional de esta pareja era superior a lo que era habitual en el tablado de El Flamenco. Estaban allí quizás por estar fuera de temporada, por amistad, o por ambas cosas. Prueba de ello es que  años después a finales de los setenta se presentaron en Caracas, en el Hotel Tamanaco—…Y llegó el día del debut, habían llegado por la mañana y se alojaron en unas habitaciones en el piso superior del local. Yo entraba a mi trabajo a las seis de la tarde y antes de empezar  almorzábamos patrones y empleados en la misma mesa. Servíamos la mesa cuando aparece ella, vestida con un “salto de cama” que le llegaba a las rodillas y pantuflas,  con el pelo recogido con redecilla. La observo curioso de arriba abajo, tenía  el rostro brillante seguramente por alguna crema previa al maquillaje  y unas pantorrillas escuálidas a mi ver. Me decepcionó su aspecto. Comieron con nosotros, eran sencillos y muy habladores, con ese acento gitano tan particular,  lleno de modismos y entonaciones. Al finalizar se retiraron y nosotros empezamos el trabajo. Esa noche el local se llenó, no cabía un alfiler, alrededor de las once, luego de las actuaciones de otros artistas se presentan ellos. Se suspende el servicio de los mesoneros y por ende el de la cocina. Salimos a verlos, ocultos tras un cortinado que había próximo al escenario, que está a oscuras. Se hace un silencio expectante…,   que rompe el  sonar de una  guitarra y el batir de palmas. Empieza débilmente la iluminación, que al acrecentarse poco a poco, vemos a una la Pelúa  impresionante, con un garbo y una belleza deslumbrante, bailando con su pelo suelto. Su traje ceñido adivina una armoniosa figura, pero es por sobre todo sus movimientos  de una fuerte sensualidad  lo que subyuga  al público. Empieza a cantar bulerías, con una voz  afinada y nítidamente flamenca, acompañada por la guitarra  de Enrique, sonora  y melodiosa. Cantó varias canciones y fue ovacionada y así fue noche tras noche. El público alemán poco conocedor de genuina música flamenca,  le pedía que interpretara  las rumbas de Peret, canciones vulgares, de moda  en aquella época…, no era su repertorio, -- se molestaba--, y  hasta Pepita se lo pidió., no recuerdo si lo aceptó para complacerla. Algunas veces, al finalizar su actuación, ya de madrugada,  tuvimos oportunidad de conversar con ambos, me contaban de sus giras artísticas, de su vida profesional y personal. Habían actuado en Buenos Aires y en otras importantes ciudades del mundo.  Ya al final de su estadía sucedió una contingencia brusca entre ellos que por poco no terminó mal. Fue al finalizar una presentación, cuando saliendo del escenario en un pasillo interior se suscita una discusión que termina con un fuerte ruido. Yo lo oigo desde la cocina, salgo alarmado y observo a Enrique, visiblemente alterado, sosteniendo el diapasón de su guitarra que a modo de garrote había estrellado y destruido contra una mesa. Lo serené, la Pelúa lloraba, otros se acercaron y calmaron a ambos. Creo que sucedió por celos de él hacia ella. La Pelúa  sobre el tablado “alteraba”, al público masculino y algo de eso tuvo que  ver. Al  otro día Enrique, ya calmado y sonriente me explica a medias  lo sucedido. Dolido por la destrucción de su guitarra, de la que conservaba el diapasón para posteriormente  reconstruirle la caja. –Era una Ramirez—me dijo--, (la mejor marca del mundo), y siguió: --Pero lo peor es que fue un regalo de mi padre…., no me gustaría que se enterara--,  y  para terminar agrega: con su “tonadilla” andaluza:  --Menos mal,  que la estrellé sobre la mesa y no en su  cabeza….,  que esa fue mi primera intención……, menos mal…., gracias a Dios--.     

2 comentarios:

  1. Juan...Gracias por haberme regalado esa historia que obstentaré con orgullo de amigo en PORTUGAL MAR AFUERA

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    1. Gracias a vos que fuiste capaz de escribir unas magníficas historias con ese material. Un abrazo...

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