Conocí a esta carismática “cantaora”, cuando laboraba en la cocina de El Flamenco de Hamburgo. La
Pelúa , --sobrenombre debido a su larga y abundante
cabellera-- se presentó durante un par de semanas en el tablao de este restoran junto con su
esposo, excelente guitarrista. Ambos eran gitanos andaluces, jóvenes, con gracia
y talento. Si mal no recuerdo, él se
llamaba Enrique y era hijo de un conocido guitarrista flamenco ya retirado, que
fue compañero de trabajo de Pepita,--la dueña del restoran-- cuando ella
bailaba junto con su esposo César en los tablaos de España. La Pelúa fue anunciada con bombos
y platillos, y era esperada con expectación. --El nivel profesional de esta pareja era superior
a lo que era habitual en el tablado de El Flamenco. Estaban allí quizás por
estar fuera de temporada, por amistad, o por ambas cosas. Prueba de ello es
que años después a finales de los
setenta se presentaron en Caracas, en el Hotel Tamanaco—…Y llegó el día del
debut, habían llegado por la mañana y se alojaron en unas habitaciones en el
piso superior del local. Yo entraba a mi trabajo a las seis de la tarde y antes
de empezar almorzábamos patrones y
empleados en la misma mesa. Servíamos la mesa cuando aparece ella, vestida con
un “salto de cama” que le llegaba a las rodillas y pantuflas, con el pelo recogido con redecilla. La
observo curioso de arriba abajo, tenía el rostro brillante seguramente por alguna
crema previa al maquillaje y unas
pantorrillas escuálidas a mi ver. Me decepcionó su aspecto. Comieron con
nosotros, eran sencillos y muy habladores, con ese acento gitano tan particular,
lleno de modismos y entonaciones. Al
finalizar se retiraron y nosotros empezamos el trabajo. Esa noche el local se
llenó, no cabía un alfiler, alrededor de las once, luego de las actuaciones de
otros artistas se presentan ellos. Se suspende el servicio de los mesoneros y
por ende el de la cocina. Salimos a verlos, ocultos tras un cortinado que había
próximo al escenario, que está a oscuras. Se hace un silencio expectante…, que rompe el
sonar de una guitarra y el batir
de palmas. Empieza débilmente la iluminación, que al acrecentarse poco a poco,
vemos a una la Pelúa impresionante, con un garbo y una belleza
deslumbrante, bailando con su pelo suelto. Su traje ceñido adivina una
armoniosa figura, pero es por sobre todo sus movimientos de una fuerte sensualidad lo que subyuga
al público. Empieza a cantar bulerías, con una voz afinada y nítidamente flamenca, acompañada
por la guitarra de Enrique, sonora y melodiosa. Cantó varias canciones y fue
ovacionada y así fue noche tras noche. El público alemán poco conocedor de
genuina música flamenca, le pedía que
interpretara las rumbas de Peret, canciones vulgares, de moda en aquella época…, no era su repertorio, -- se
molestaba--, y hasta Pepita se lo pidió.,
no recuerdo si lo aceptó para complacerla. Algunas veces, al finalizar su
actuación, ya de madrugada, tuvimos
oportunidad de conversar con ambos, me contaban de sus giras artísticas, de su
vida profesional y personal. Habían actuado en Buenos Aires y en otras
importantes ciudades del mundo. Ya al
final de su estadía sucedió una contingencia brusca entre ellos que por poco no
terminó mal. Fue al finalizar una presentación, cuando saliendo del escenario
en un pasillo interior se suscita una discusión que termina con un fuerte
ruido. Yo lo oigo desde la cocina, salgo alarmado y observo a Enrique,
visiblemente alterado, sosteniendo el diapasón de su guitarra que a modo de
garrote había estrellado y destruido contra una mesa. Lo serené, la Pelúa lloraba, otros se
acercaron y calmaron a ambos. Creo que sucedió por celos de él hacia ella. La Pelúa sobre el tablado “alteraba”, al público
masculino y algo de eso tuvo que ver.
Al otro día Enrique, ya calmado y
sonriente me explica a medias lo
sucedido. Dolido por la destrucción de su guitarra, de la que conservaba el
diapasón para posteriormente
reconstruirle la caja. –Era una Ramirez—me dijo--, (la mejor marca del
mundo), y siguió: --Pero lo peor es que fue un regalo de mi padre…., no me
gustaría que se enterara--, y para terminar agrega: con su “tonadilla”
andaluza: --Menos mal, que la estrellé sobre la mesa y no en su cabeza…., que esa fue mi primera intención……, menos mal….,
gracias a Dios--.
Estas anotaciones forman parte de recuerdos, de acontecimientos que pasaron, unos distantes en el tiempo, otros más recientes y que tienen para mí algún valor anecdótico o simplemente pretenden ser testimonios, evocaciones, sencillos homenajes a instituciones, personas, etc. Son sucesos aislados no correlativos, los más con fechas imprecisas, que no obedecen a ningún orden cronológico sino que brotan espontáneamente de la mente.
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Para reafirmar lo anteriormente expresado, las presentes líneas no dejan de ser un humilde testimonio personal con el deseo de que algo de lo que fue parte de la vida quede escrito y sirva como referencia circunstancial. A pesar de ello estimo la opinión del desaparecido Dr. Eleazar Silveira, ilustre medico quien expresara que ésta era una forma de hacer catarsis. Buscando esta palabra en el diccionario, encuentro: “CATARSIS. (Del griego kátharsis, purificación) f. En estética liberación o cura de los males del espíritu gracias a las emociones provocadas por uno u otro arte”. Pienso que su opinión fue acertada. De la misma manera que la confesión bien entendida, libera al ofensor de la pesada carga que soporta su conciencia. Pero por sobre toda explicación, he disfrutado enormemente haciéndolo.
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Juan...Gracias por haberme regalado esa historia que obstentaré con orgullo de amigo en PORTUGAL MAR AFUERA
ResponderEliminarGracias a vos que fuiste capaz de escribir unas magníficas historias con ese material. Un abrazo...
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